HACE meses presencié un espectáculo interesante en Madrid. Había acudido al despacho de un abogado y en el zaguán del edificio encontré a un par de adolescentes, chico y chica, entregados a una fogosa tarea. Los miré lo justo para no tropezar con ellos y les calculé catorce o quince años. Una mirada rápida, en cualquier caso, no por pudor de casposo sino porque las andanzas de una pareja me traen sin cuidado. Creo que ninguno de los dos se percató de mi presencia. Aunque pensándolo bien, y dada la imposibilidad material de que no me vieran pasar, supongo que se hicieron los locos porque estaban demasiado ocupados en sí mismos, ustedes se harán cargo, o porque permitir que nuestros ojos se cruzaran hubiese sido un tanto embarazoso; acaso más para mí que para ellos, aunque eso nada importa. Alcanzo a recordar que la poca ropa que aún tenían encima pertenecía al uniforme de un colegio de gente litre. La hija de un amigo acudía a él antes de ir a la Universidad.

Pensé decirle al abogado que tenía un picadero juvenil debajo de su despacho, pero desistí. Tal comentario se me antojó un tanto envidioso. Porque si hemos de ser sinceros, y a estas alturas cualquier otra actitud que no sea la sinceridad queda obsoleta, la mayoría de los que hoy han superado la barrera de los treinta sienten una envidia nada sana, sino simplemente envidia, hacia quienes están en edad de aprovechar una época mucho más permisible. Y con esto no pretendo predicar la promiscuidad a ultranza, sino relatar los hechos tal cual son.

Sobra decir que no hace falta acudir a la Villa y Corte para encontrar escenas similares. Tiempo atrás me había relatado una señora un caso semejante que presenció también en un portal, pero de Santa Cruz de Tenerife. La única diferencia era que la chica estaba arrodillada delante del chico y una amiga de los dos -se supone que era una amiga, si bien eso no lo supo precisar la señora- permanecía de espaldas esperando a que el asunto acabase.

Ante esta realidad cabe preguntar a cuenta de qué tanto alboroto por una serie televisiva en la que un grupo de adolescentes -adolescentas, para que no se enfade la ministra Aído- juegan a quedarse embarazadas. La propia Confederación de padres y madres ha pedido que se retire de la programación por su "frivolidad" y por el efecto negativo que puede tener sobre los jóvenes -como si los jóvenes necesitaran lecciones de sexo en España y en pleno siglo XXI-, ya que se aborda de forma trivial algo tan importante como la maternidad. ¿Ahora es la maternidad un tema importante y serio? ¿Me falla mucho la memoria reciente, o acabamos de aprobar una ley que permite a chicas de 16 años abortar sin autorización de sus padres, de hecho sin ni siquiera estar obligadas a informarles si eso les provoca un conflicto emocional? Hombre, para interrumpir un embarazo una chica primero tiene que estar encinta, y para eso ha de ver teleseries que la instruyan. Digo yo. En consecuencia, "El Pacto" -así se llama el invento- no es ninguna frivolidad sino un programa de contenido tan importante como, verbigracia, la asignatura de educación para la ciudadanía. Pido perdón por la ironía, pero siempre es mejor el humor negro que la hipocresía barata o el disparate absoluto.