1.- El pasado martes, día 12 de enero de 2010, sobre las seis y media de la tarde, se inició sobre la isla de Tenerife uno de los más bellos atardeceres que recuerdo. Quizá el más bello que vi jamás. Hasta el punto de que cientos de automovilistas ralentizaron su marcha por la autopista del Norte, en dirección Santa Cruz-Puerto de la Cruz, para presenciar, mientras viajaban, el regalo que la Naturaleza les ofrecía. Yo fui uno de los afortunados espectadores, con la ventaja de que no iba conduciendo, así que pude retener hasta los más mínimos detalles de aquel atardecer magnificente. La silueta del Teide, ennegrecida por el crepúsculo, se hacía ver bajo un cielo celeste, precioso, mientras dorados cirros completaban la acuarela fantástica, curvilínea y limpia, bajo el firmamento. Difícil será que se repitan estas figuras de nubes rasgadas pero llenas de sosiego; y qué decir del celeste del cielo, cambiante a blanco y tornado a celeste. Poco se movían las hojas y el mar Atlántico se había unido al homenaje, en calma desde Guayonge a Teno.

2.- No faltó a la cita hermosa del atardecer la isla de La Palma, emergida de su lecho de nubes, dejando ver sus dos hermosas jorobas. Se podía tocar con las manos. El fenómeno duró tanto rato. Algunos se detenían en la cuneta para fotografiarlo. Cuántos no estarán viendo ahora las instantáneas tomadas la tarde del martes pasado, que sin duda quedará en la memoria como una de las más bellas puestas de sol. Más tarde, cuando el agotado astro se ocultaba aún más en el horizonte, comenzó a lanzar destellos de un tenue color rosa que terminaron cuando el sol se ahogó en el océano, camino del otro lado del Globo.

3.- Erguido seguía el negro Teide con su manto imperceptible de pinares, que llegan, ya dispersos, hasta Icod el Ato. Las ráfagas de azul y rosa se habían vuelto oscuras, con la inevitable penumbra, pero subsistió un leve rastro de luna, una especie de seguro contra la noche que hacía posible seguir disfrutando de la tarde muerta, que no occisa. Aplaudían levemente, con la brisa, los árboles de la carretera tanta belleza. Pensé que no iba a ser capaz de describir con palabras lo que vi. Porque en muchas ocasiones las palabras no abarcan las percepciones y las visiones, sino que se quedan cortas o se desparraman, según los casos. Aquel regalo merecía, sin duda, ser contado, para envidia de los que no lo vieron. Este Norte me sorprende cada día con sus dorados y celestes, con sus excesos naturales tan favorecidos en el reparto. ¿Será así, acaso, el Cielo con mayúsculas? ¿Serán de tal belleza los jardines del Creador? ¿Podremos flotar entre cirros desgarrados por los ángeles y hacer escalas breves en las laderas del azul?