Cuando nos acerquemos al ser humano en su debilidad, aparecerá con

más claridad la calidad

sagrada del ser humano

(Gabriel Marcel)

CON MOTIVO de mi artículo de la semana pasada, "El futuro de Europa pasa por la familia", me escribió una amable lectora que le había gustado el contenido de lo que allí decía. Aunque disentía de "considerar todavía a la familia como ámbito natural para el bien morir, rodeado del cariño y de la ternura de los nuestros"; "es algo que pertenece a otros tiempos y los tiempos cambian". En pleno siglo XXI, con los extraordinarios avances de la medicina, le parecía más humano "el fallecimiento en una clínica o en un hospital, donde hay más medios para evitar el sufrimiento y donde también puede estar rodeado de cariño y de la ternura de los suyos".

Como diría un gallego, depende. Es cierto que, afortunadamente, la medicina evoluciona de manera incesante y ahora se esfuerza en desarrollar los cuidados paliativos, para que desaparezcan o se minimicen, en lo posible, los síntomas (dolor, depresión y ansiedad), aún cuando el enfermo no vaya a sanar, con objeto de darle mejor calidad de vida. El doctor Jesús Poveda, profesor de Psiquiatría de la Facultad de Medicina de la Universidad Autónoma de Madrid, master en Cuidados Paliativos y más de veinticinco años de atención a enfermos terminales, en uno de sus artículos de divulgación, escribe: "Actualmente existe una tendencia a sedar a las personas próximas a morir. La medicina paliativa no pretende sedar, sino aminorar los síntomas y el dolor en la medida de lo posible. Aunque parezca utópico, pienso que hay que dar un poco de vida a la muerte. Morirnos es una de las pocas cosas importantes que hacemos en la vida. Merece la pena vivir la muerte. Anestesiar al paciente puede privarle de algo que enriquece, no sólo a la persona que fallece, sino también a quienes le rodean. Cada paciente tiene necesidades médicas diferentes, unos necesitan permanecer más sedados que otros, pero aún así, hay que buscar que la persona viva su propia muerte, porque morirse, es un proceso propio del ser humano".

La sociedad actual vive de espaldas a la muerte, es un tema que no se plantea o que se trata con indiferencia. Hace 30 años, los niños veían morir a sus abuelos en casa, hoy los tanatorios han suplido el proceso de duelo y se ha establecido un cierto tabú con este concepto, Y cuando se habla de alguien que ha fallecido se recurre a una serie de eufemismos, "nos dejó", "se ha ido", "se ha dormido". De esta forma, la muerte se transforma en una mentira y no se valora un hecho de vital importancia, con el que tarde o temprano todos tendremos que enfrentarnos.

"Cada enfermo reacciona de manera diferente hacia su propia enfermedad y hacia su muerte" -sigo con Jesús Poveda- "Para las personas creyentes, por ejemplo, una explicación médica sobre su enfermedad es suficiente, porque le encuentran un sentido sobrenatural. Para las no creyentes, en cambio, todas las explicaciones son insuficientes. Esto hace distinto el manejo de cada paciente, aunque el miedo a la muerte no es distintivo de unos u otros, es algo natural, todos tememos a la muerte porque el hombre está diseñado para vivir, no para morir".

En un congreso de Médicos de Familia celebrado en Valencia, se llegó a la conclusión de que cerca del 80% de los pacientes terminales prefiere recibir los cuidados médicos y morir en su domicilio particular y acompañado de sus familiares, que además sufrirán un "duelo patológico" tres veces menor que si el enfermo fuera atendido y falleciera en un hospital.

"Bien morir" no depende tanto de dónde, sino de cómo: en un creyente lo esencial es estar en gracia de Dios Para morir en casa es fundamental sentirse querido y contar con la ayuda médico-sanitaria que se precise; en el domicilio todo es más humano y más gratificante que en el hospital, es volver a su biografía, a su entorno natural, a su intimidad y la familia no está de visita. Con un poco de ayuda, el proceso de morir debe transcurrir con serenidad y en paz. Lo que confortará y ayudará a mitigar el dolor a los familiares, por ese afán hermoso y entrañable de estar ahí, de hacerle compañía hasta el final, tratando de evitar todo sufrimiento innecesario y habiéndole prestado de manera real los necesarios auxilios espirituales.