EL OTRO DÍA presencié una escena curiosa en La Orotava. Bueno, en realidad curiosa del todo no, considerando que las cosas harto repetidas terminan por no sorprender. Había un coche aparcado en segunda fila. Lo de siempre. En eso se acercó un vehículo de la Policía Local, hizo una maniobra para pasar por el justo espacio que quedaba, y siguió adelante. Unos metros más allá los agentes estacionaron y entraron en una cafetería. Era media mañana. La hora del café y del desayuno un poco tardío, aunque estoy seguro que los policías -me niego a cometer la falta de respeto que supone llamarlos guindillas- entraron en el local no a tomarse un tentempié, que nadie piense mal, sino a realizar una gestión inaplazable. Estoy seguro de ello porque los policías locales de La Orotava son esencialmente diligentes; tanto, que jamás interrumpirían sus ocupaciones para tomarse ni siquiera un cortado, por mucho que se los pida el cuerpo. Quiero decir que el asunto por el que acudieron a la no citada cafetería debía ser sumamente importante; tanto, que consideraron inoportuno perder tiempo en indagar por qué estaba aquel coche mal aparcado. Ni siquiera tuvieron ocasión de asomarse para ver qué ocurría cuando, minutos después, una guagua que no podía pasar originó una cola descomunal con el correspondiente concierto de pitazos desesperados. Recientemente leí que en la ciudad de Las Palmas sucede lo mismo con cierta frecuencia. Cosa normal y lógica, pues las gestiones a media mañana en cafeterías, baretos y similares son cosas de gran trascendencia y urgente resolución.

Lo de Las Palmas resulta comprensible porque estamos hablando de "la capitá". Es tanta "capitá" esa ciudad, que ni siquiera les basta con tener una caja de ahorros denominada simplemente "La Caja de Canarias"; nombre, por lo demás, que ha tenido siempre. A partir de ahora se llamará "Grancaja de Canarias", pese al mosqueo de CajaCanarias; la primera entidad financiera del Archipiélago en cuanto a recursos propios y ajenos, y la sexta caja española después de integrarse en un grupo del que también forman parte Caja Navarra, Caja de Burgos y Sa Nostra. Da igual. A La Caja de Canarias se le pone el nombre de Grancaja de Canarias, y todo arreglado.

Dejemos, sin embargo, las grandes ínfulas -así se hace región; indudablemente que sí- y veamos otro gran disparate. Verbigracia, el protagonizado por un individuo afincado en La Orotava del dinosáurico Isaac Valencia, al que le acaban de archivar una denuncia contra la NASA; la Agencia Espacial de los gringos, por si alguien todavía no lo sabe. ¿Y por qué demanda a la NASA un señor afincado en La Orotava?, se preguntarán ustedes. Si todavía viviese en el Valle de la Silicona... En realidad el asunto es conocido, pues se publicó hace unas semanas en este mismo periódico: el tipo en cuestión considera delictivo que se lancen cohetes contra la Luna para determinar si hay agua en ella, por las repercusiones en el medio ambiente y la contaminación del espacio sideral que conlleva tal acción. Para que luego digan que en cada pueblo no hay un mentecato; por lo menos uno, ya que en algunos campean a sus anchas bastantes más, pues hasta en el censo de idiotas se puede ser grande.