COMO lo habían sido antes las agresivas cruzadas emprendidas por la capital del globo para limitar el alcohol, el tabaco, las grasas transgénicas, las excesivas calorías, las bebidas azucaradas, ahora se arremete sin contemplaciones en Nueva York contra la sal exageradamente contenida en los productos alimenticios. Michael Bloomberg es el multimillonario que destronó al incombustible Rudolph Giuliani en la alcaldía de la city más poderosa hoy en día. El elemento hizo su fortuna con el servicio de información financiera que lleva su nombre y desde hace seis años es el alcalde sin haber presentado un PGO que limite las alturas de los edificios. En ese sentido, viva la Pepa.

Su equipo acaba de oficializar una sosa campaña para reducir la cantidad de cloruro de sodio en los productos envasados y en la comida de los restaurantes. No fuman, no beben y no tienen sal; no sé a qué van. El proyecto, para el que piden el apoyo de las agencias de salud de otras ciudades y Estados, propone que, en un periodo de 5 años, se reduzca la cantidad de sal en los productos alimenticios empaquetados y en la comida de restaurantes en un 25 por ciento. Los expertos aseguran que una medida de este tipo ayudaría a reducir la cantidad de incidentes causados por la presión alta y a prevenir los "strokes" -fallos cardiovasculares- y ataques al corazón.

Lo primero que tendríamos que consensuar es si es esto lo que queremos: una administración combativa para con los gustos, para con los vicios, para con los defectos, para con las pautas de una población equivocada y una industria incapaz de ofrecer productos saludables que no se venderían de igual manera. Por ejemplo, las cotufas sin sal o azúcar son cartones que nadie se comería.

¿Queremos que Zerolo o Saavedra hagan campañas contra la sal? Sus frases banderas podrían ser facilonas: en Santa Cruz "Sal Zero" y en Las Palmas "Saal Veda".

Debatido el sentido prohibitivo, lo que es cierto es que la sal es un veneno peligroso para la salud y la línea. El ser humano se siente atraído por el sabor salado de forma natural. El resultado: consumimos demasiada (10 g. por día de media frente a los 4-5 g. máximos recomendados), y la mayoría de las veces sin darnos cuenta, pues los alimentos industriales contienen demasiada y son los que aportan el mayor porcentaje. El 80% de la sal que consume una individua o individuo proviene de productos envasados o preparados.

Por un lado, el organismo la necesita en una proporción. Gracias a su relación con el potasio tiene lugar el equilibrio hídrico del cuerpo, intensifica el placer gustativo y el sabor de los alimentos. Por otro lado, consumir demasiada es perjudicial: daña el estómago, aumentan las pérdidas renales de calcio y, sobre todo, aumenta el riesgo de presión arterial, incluso puede ser el origen de enfermedades cardíacas y cerebrales. Además, agudiza las papilas gustativas y genera apetito, es decir, cuanto más salado es un plato más ganas tenemos de repetir. No hay quien pare con los manises. Así pues, puede de forma indirecta ser responsable también del aumento de peso.

Comentaba antes que tres cuartos del cloruro de sodio que consumimos provienen de la preparación artesanal o industrial: pan y bollería, frutos secos, charcutería, conservas, quesos, platos industriales, pizzas, sopas envasadas, bocadillos, cereales, zumos de frutas, refrescos, lácteos salados, galletas, ahumados, chocolate?

Si queremos cuidarnos se impone consumir bastante menos. Hay que cambiar las costumbres y, sobre todo, resistir, aunque la comida esté pelín sosa. Al cabo de 3 ó 4 semanas, las papilas gustativas se volverán más sensibles al sabor salado que puede ser sustituido con especias.

Las frutas y verduras son buenísimas, como paliativo o neutralizador. Ellas contienen la suficiente dosis para cumplimentar una dieta necesaria.

¿Pero qué quieren que les diga? De momento, los neoyorquinos se mueren antes que los canarios. Tanta amargura y tanta sosería ¿pa´qué? Es lo mismo que le decía un amigo que fumaba, bebía y desordenaba conscientemente su vida a otro que cuidaba muchísimo su alimentación, hacía deporte por un tubo, no se complicaba y, por supuesto, no fumaba: "Como te mueras antes que yo te lo juro que me descojono en el entierro".

Sí tengo claro que la industria debería cortarse un fisquito y que haríamos bien en controlar muy mucho el consumito, aunque Zerolito se esté quietito.