1.- En mis manos cayó, hace unos días, una vieja novela de , "Cita con el pasado", autobiográfica y escrita con el donaire de los cincuenta. El maestro se introdujo en el mundo de las meretrices, del sexo bien contado y de la elegancia del proletariado, porque también existe una elegancia entre los pobres. Tánger y Madrid son los escenarios, con algunas excursiones a balnearios de Europa y posadas camineras del norte de España. La leí de un tirón, consciente de que buscar dinero para paliar la crisis es una tarea ímproba y es mejor cejar en el empeño y dedicarse a la lectura. Así que devoré este texto, convencido de la gran imaginación del periodista. No les será fácil encontrar un ejemplar de esta obra, que llegó hasta mí gracias a las excavaciones literarias de la mudanza, tan convenientes para volver al pasado sin esfuerzo y sin polvo. La he acabado, subrayando algunos pasajes narrativos que me parecen antológicos.

2.- Recuerda César aquel país de gente educada y de miseria digna, que se moría de hambre en silencio. Es verdad que yo lo vi a distancia, porque la posición de mi familia era holgada, aunque mucho menos holgada de lo que la gente que me rodeaba creía; es decir, no éramos ricos. Siempre admiré a personas como mi padre, cultas y agradables, entre cuyas prioridades, sin embargo, no estaba la de trabajar. La guerra truncó todas sus aspiraciones académicas; cuando se alistó voluntario era un niño y cuando terminó la contienda era ya un hombre. La cruel confrontación fratricida truncó su juventud, como la de tantos españoles de su edad. Mi padre me hablaba mucho de González-Ruano, al que conoció y con el que habló algunas veces, siendo él director del hotel "Miramar" del Puerto de la Cruz, cuando el escritor se alojaba en el establecimiento, invitado por Isidoro Luz.

3.- He confesado mi admiración por esa generación de escritores, entre ellos don Luis Álvarez Cruz, que era un maestro de la crónica y de la entrevista. Don Luis se murió sin yo poder conocerlo bien, pero me hubiera gustado. Dicen que bajo aquel aspecto gruñón y duro se escondía un hombre de gran corazón. "Le prohíbo a usted que me llame maestro", le decía al jefe de deportes de este periódico. También admiré mucho el lirismo de Almadi, en la crónica y en la oratoria. González-Ruano cultivó el dandysmo que él mismo creó. Aquí, incluso, pudo comprobar las tropelías que cometió su antepasado, el marqués de Casa-Cagigal, a la sazón capitán general de Canarias. Pero esto lo dejo para otro día.