NO SÉ si es lo peor que le puede ocurrir a un país, pero en ningún caso resulta tranquilizador que en España no se pueda hablar con libertad de ciertos temas. Por ejemplo, la inmigración. La última campanada en este asunto ha sonado en Vic; un municipio catalán cuyo ayuntamiento se niega a empadronar a los inmigrantes que se encuentren en situación irregular. "Situación irregular" es una expresión que se han inventado los señores políticamente correctos para evitar el término "ilegal", ya que hasta la semántica se ha convertido en algo problemático. La teoría establece que ninguna persona es ilegal por el propio hecho de ser persona. De acuerdo. Pero eso no impide que se esté en situación ilegal; verbigracia, cuando se entra en un país sin autorización. O en una casa privada sin ser llamado, habida cuenta de que hasta hoy, al menos que se sepa, ningún progre que se precie está dispuesto a dejar abierta, y con la llave puesta, la puerta de su vivienda para utilidad de los menesterosos, ya sean vernáculos o foráneos.

Antenoche le oí a un jurista que el debate sobre la decisión municipal de Vic carece de sentido desde el momento en que, con la ley en la mano, una ilegalidad sólo conduce a otra ilegalidad si se consiente. En consecuencia, si una persona no está legalmente en España, no se puede discutir si es ilegal empadronarla. Acontece habitualmente que los vericuetos del problema son más interesantes que el problema en sí mismo. Junto al jurista aludido -pero no nombrado- había otra persona que vinculaba el "milagro" económico español de la última década y media a la llegada masiva de inmigrantes. Esto ya no es ni siquiera una media verdad. Vaya por delante que podemos entregarnos sin fin a la vorágine de la poesía y decir, como el presidente Zapatero y su país de las maravillas, que el planeta no le pertenece a nadie sino al viento, o que los seres humanos son aves libres a las que no se puede confinar con barrotes ni fronteras. En primer lugar, si lo ocurrido con la economía española en los últimos años ha sido un milagro, mejor nos hubiésemos quedado como estábamos -igual que el peregrino a Lourdes-, considerando que el final no ha podido ser más desastroso; o lo está siendo, por añadir precisión temporal a la idea. Los emigrantes han venido porque había trabajo para ellos. Y había trabajo para ellos porque el país entero se había entregado a una especulación suicida y también, conviene recordarlo, porque existían -y existen- empresarios prestos a aprovecharse de quienes están dispuestos a deslomarse con tal de poder trabajar y proporcionarles una vida mejor a sus familiares, una aspiración legítima, aunque sea cobrando menos que los españoles. Esa es la historia; una historia demasiado simple para elevarla a categoría de milagro.

Como colofón previsible, esas personas foráneas no regresan en masa a sus países ahora cuando ya no hay trabajo, por un motivo igual de sencillo y también comentado durante estos días: viven mejor en España aun estando mal, que en sus lugares de origen estando regular o bien. Lástima, insisto, que no podamos hablar de estos temas con libertad y sin temor al sambenito de la xenofobia y el racismo.