EN LA ACTUALIDAD, en el interior de muchas casas, a lo sumo se oye el alarido remoto de algún miembro de la familia que está ciberconectado y que se ha quitado los cascos de las orejas. En la mesa nadie habla, se ha impuesto un reverencial silencio cibernético. Los padres, centrados en las noticias que dan por televisión; la hija mayor no para de mandar mensajes por el móvil; y el más pequeño no suelta el videojuego.

La escena parece exagerada, pero no lo es. He presenciado algunas, más o menos por el estilo, y me he quedado estupefacto. El pediatra y psiquiatra Paulino Castells, junto con el pedagogo Ignasi de Bofarull -especialista en la incidencia de la cibernética en los niños y adolescentes-, en su libro Enganchados a las pantallas (Planeta, 2002), igualmente sostienen que hay un considerable número de casas en las que se da un cuadro similar al que antes describía: donde la familia ha enmudecido.

También he compartido mesa con otras muchas familias, donde, además de los padres, hay uno, cinco y hasta ocho hijos, en la que todos participan. Todos tienen derecho a hablar y que los demás les escuchen. Para ello, mamá o papá, con toda naturalidad, se reservan la potestad de conceder la palabra -potestad que se les otorga, si están en casa, a los abuelos-. Con la misma naturalidad, los hijos se disculpan o piden permiso para levantarse de la mesa. ¡No! No es nada trasnochado, sino al contrario: es algo que contribuye a forjar y robustecer una sólida comunicación y una agradable convivencia.

Estas familias me contaron que suelen tener también determinados días y horas para ver, por lo general en familia, aquellos programas o películas de la tele que puedan ser de interés. Incluso algún videojuego en el que puedan participar la mayoría; suele molestar mucho a los chicos que gane mamá, papá o la abuela, por ejemplo, con la "Wii". Todo esto acostumbran a dejarlo para el fin de semana, días festivos o vacaciones.

El problema de fondo no es tanto si las pantallas en general son dañinas o beneficiosas para nuestros menores. Dependerá del buen uso o mal abuso que se hagan de ellas. "Lo que es evidente -según Castells y Bofarull- es que nuestros hijos nacen en una sociedad ciberconectada, de la cual hemos de sacar todo el provecho posible y evitar "enganches" en los primeros años de vida.

No soy contrario a la televisión, ni mucho menos a Internet; tampoco soy de los que piensan que ambos medios de comunicación sean la causa de todos los males de Occidente. Gracias a la red, este artículo lo puedo mandar directamente al periódico y, de vez en cuando, veo alguna película que vale la pena en televisión.

No hay duda de que la televisión es el mayor agente socializador que jamás ha existido. Aunque ahora Internet le vaya quitando bastantes incondicionales. Si bien tanto un medio como otro, en numerosos casos, han desplazado a la familia como institución natural y esencial para cultivar la afectividad y encontrar modelos de vida; y a la escuela como institución básicamente transmisora de conocimientos. Porque, por desgracia, en muchas de estas dos instituciones ya no transmiten valores de peso para la mejora de la persona y para su plena integración en la sociedad.

Existen varios estudios que demuestran que ver la TV, Internet o videojuegos después de dormir es la principal actividad para una inmensa mayoría de niños occidentales. Como el efecto de estos medios es acumulativo y en función del tiempo que les dediquen, corren el riesgo de que cuando lleguen a adultos para muchos sea la única experiencia básica referencial, "dando lugar a una visión virtual, falsa manera de vivir en la realidad".

Es necesario y urgente controlar o supervisar las pantallas que consumen nuestros hijos y el tiempo que dedican a ellas. El ordenador ha de estar en un lugar de la casa a la vista de todos: en un rincón de la sala de estar o en el pasillo. Así como destronar el televisor y colocarlo en un lugar discreto y de uso común: pero nunca en las habitaciones de los niños. Y me atrevería a aconsejar, ni en la de los padres; entre otras razones, para dar ejemplo. También, los padres han de prefijar el tiempo para los videojuegos. Y procurar que el móvil se utilice para comunicar asuntos necesarios. De este modo, con toda probabilidad, evitaremos que nuestros hijos se hagan ciberadictos.

emérito del CEOFT