1.- Yo no sabía que mi Smart descapotable -no, obviamente, descapotado- era un coche anfibio. Lo comprobé el lunes pasado, cuando me arriesgué a meterme en la tormenta, entrando en Santa Cruz después de que el agua hubo anegado la ciudad. Ustedes saben, porque yo lo he contado, que me perdí buena parte del famoso Delta porque yo venía en aquel accidentado vuelo de Spanair cuyo comandante intentó entrar varias veces en Los Rodeos, sin poder hacerlo, y luego nos condujo al aeropuerto del sur, donde el vendaval no nos dejaba salir del avión. Creo que tardamos cerca de cuatro horas desde que despegamos de Barajas hasta que aterrizamos. Y tras conseguir bajar la escalerilla, la odisea de coger la autopista hasta llegar a Santa Cruz. Mi chófer, , y el entonces encargado de la seguridad de mi empresa, Francisco Solano, sorteaban con nuestro Audi A-6 los miles de obstáculos. Detrás de mí venía, con su escolta, Miguel Zerolo. Yo les iba dando información sobre la situación de los objetos depositados en la autopista. Paré, a la llegada, en El Corte Inglés, y me encontré a su director, mi querido amigo Vicente Gómez Carrero, al frente de medio centenar de refugiados; todos habían hallado apoyo en tan admirado almacén. Pero eso es ya historia.

2.- Otra vez lo pasé mal bajando la autopista, el lunes, en la plenitud de la tormenta, esta vez en el pequeño vehículo, que se comportó como un jabato. Tuve que sortear piedras y troncos y encontré la Rambla de Santa Cruz llena de pencas, de mobiliario urbano desordenado y de barro hasta sepultar los jardines. Nos estamos acostumbrando a ver imágenes espeluznantes en nuestro entorno, y a sortear los peligros, como si viviésemos bajo una gran tormenta tropical. Y en realidad lo era. Yo había llamado al alcalde para preguntarle si podía viajar desde el Puerto a Santa Cruz. "Ni se te ocurra", me dijo, "no vas a poder llegar".

3.- Debí hacerle caso, pero parte de la familia se hallaba en Santa Cruz y me apetecía estar al lado de ella. Así que arranqué el Smart, que era lo único que tenía a mano, y me arriesgué. Y el pequeño coche me sorprendió. Desde el Cecopal, el centro de emergencias, Zerolo respondía a las preguntas de los reporteros de la radio. Una emisora vomitaba hiel contra él, como si Zerolo hubiera creado la tormenta. Qué gran poder le atribuyen. En El Toscal, cuatro mentecatos organizaron una cacerolada ¡porque no tenían luz! Sobre la ciudad caían 200 litros de agua por metro cuadrado. Juro que no sabía que los del "no a todo" eran tan imbéciles.