HE ESCRITO en numerosas ocasiones que, a estas alturas de la película tragicómica en la que vive inmersa la sociedad española, lo único que continúa siendo sorprendente es que aún haya capacidad para la sorpresa. Sorpresas como la televisada tocada de pelotas -propias y ajenas; las propias en sentido literal- de un fulano llamado John Cobra. Los críticos de turno, además de arremeter contra el susodicho, se han cebado con la dirección de Televisión Española. Y no les falta razón. No porque le permitieran actuar en directo conociendo de antemano, como la conocían, su trayectoria, sino porque a fuerza de competir con otras cadenas que recurren frecuentemente a la telebasura para ganar audiencia, resulta que la televisión pública por excelencia incurre día sí, día no, en programas a los que sólo cabe calificar de bazofia. Poco hay que objetar a esta forma de hacer las cosas cuando se trata de un canal privado. Dentro de unas mínimas normas morales, que deben existir porque son imprescindibles salvo que pretendamos revolcarnos en el fango, cada cual es tan libre de ofrecerle a sus espectadores lo que considere oportuno. Una libertad que también tiene el público para saltar de canal a golpe de telemando. Así de sencillo. El presupuesto de Televisión Española, en cambio, siempre ha salido del bolsillo de todos. Y ahora también. No vale la pena que sigamos con rodeos tan absurdos como enredadores. Sólo por esa circunstancia deberían evitarse ciertos programas o, cuando menos, ciertos invitados a ellos. Lo contrario supone seguir con la política de siempre; es decir, perpetuar la premisa irrebatible de que la televisión estatal está destinada a funcionar como un juguete con el que se divierten unos pocos pero pagamos todos.

Dicho esto, sólo cabe hablar de hipocresía nacional. Entre otras cosas porque en el mismo periódico que mostraba el vídeo del Cobra haciendo de las suyas, una actriz porno explicaba, en una entrevista directa con los lectores, lo que se siente con una doble penetración o la importancia para una mujer del tamaño del miembro viril. Eso por no mencionar un "juguete con mando a distancia" que, según afirma la esta vez no susodicha, acaba de comprarse y espera probar pronto con algún chico. ¿A cuenta de qué tanto alboroto por el manoseo de huevos del señor Cobra?

Señoras y señores, este es el país que tenemos. Y lo tenemos porque lo hemos fabricado entre todos. Unos por acción y otros por omisión o cobardía. Nada más lejos de mi intención predicar la mojigatería. Sería absurdo en alguien perseguido en su día por convivir con una señora sin abandonar el estado de soltero. Detesto a los meapilas tanto si se tiñen como si van al natural. Pero de ahí a la vorágine absoluta media un paso que no conviene dar, aunque lo hemos dado. Carece de sentido, en consecuencia, que nos alarmemos porque un tipo monte un número barriobajero en un directo de televisión, o porque un cura ofrezca sus servicios sexuales después de haberse mamado -nunca mejor dicho- el dinero del cepillo. ¿No es más escandaloso que una ministra se gaste 26.000 euros para confeccionar el mapa sexual del clítoris y aledaños de las señoras? Enfanguémonos hasta las cejas, si esa es nuestra vocación, pero no caigamos con tanta facilidad en el fariseísmo.