PARA los que nos gusta el buen fútbol, haber conseguido traer en competición esta temporada al Heliodoro a todo un Real Madrid ya de por sí es un lujo que no siempre ha estado al alcance de nuestra mejor afición. Por lo tanto, de entrada, que nos quiten lo bailado.

En las temporadas 1991-92 y 1992-93, al estimado y siempre grande le tocó la incomodidad de tener que jugarse el título en el último partido del campeonato español en Santa Cruz de Tenerife. Una pura chiripa accidental abonada con la evolución de dos Ligas enteras. La frase que se atribuye a Felipe II "no mandé mis naves a luchar contra los elementos" caracterizada, futbolísticamente hablando, en el pobrecito Tete. "Qué hiciste, abusadora". Dado que por ese entonces también habíamos armado un buen conjunto que se jugaba el ser o no ser o la vida en la última jornada, el acontecimiento raro se produjo. David venció a Goliat dos veces. Teníamos corazón de león, ni Barcelona, ni Madrid, ni catedral, ni pajaritos preñados, lo mismito que ahora, lo que queríamos era ganar, ganar y ganar, nosotros. A veces la casualidad en los sorteos juega rondando las remotas constelaciones, dando lugar a acontecimientos no imaginables por las mentes más lucrativas en el sentido del azar patinando sobre la contingencia y la gesta que en este caso asombró al firmamento futbolístico. ¡Había sucedido! Algunos se frotaban los ojos. ¿Puede ser verdad? Y sin duda se convirtió en la historia, no sólo del CD Tenerife, sino también del Real Madrid y del sorprendido FC Barcelona, que resultó -con todos sus méritos intactos- el convidado de piedra.

En Bilbao, el arbitrucho D. Alberto Undiano Mallenco, licenciado en Sociología y Ciencias Políticas, lo que tenía que haber hecho era volar a la Isla Bonita -a ver los Undianos-; es de Pamplona y arbitrar al Bilbao es bastante sospechoso -con las implicaciones de los tiempos-. El penalti y la expulsión representaron lo mismito que si por aparcar mal en la esquina de La Salle te condenan a galeras, a torturas y al garrote vil. Qué pasada. No fue penalti, porque Culebras lo hizo tan discreta, cautelosa y cuerdamente que ni con la máquina de la verdad lo condenarían. Su otra alternativa era quedarse parado como un poste; no es justo. Aquel se tiró en plan bendito y el otro vio los cielos abiertos e hizo la peineta con el índice de inmediato. Pero antes, y conste que no me quiero centrar en nadie, porque somos todos, el fallo que propicia la jugada sí que merece una soberana bulla en privado. En el mundo terrenal, los errores de los mortales nos cuesta digerirlos.

La derrota, por dolorosa que sea, no contabiliza; flojitos como estamos, encima nos desequilibran los elementos, y cuando eso sucede lo mejor es pasar página pronto con una heroicidad como ganar al Madrid. Lo hizo el Alcorcón, tampoco son extraterrestres. Llevábamos una buena racha, si no en resultados, sí en confianza, enteritos y dispuestos nuevamente a escribir otro párrafo de la historia de un escudo y de unos colores que son igual de sentidos. Llegó la hora de revolvernos por la permanencia que se puede fraguar en lo que algunos comentan que no es nuestra liga. ¿Entonces de quién?

Aparte de los dos acontecimientos relatados, el conjunto blanquiazul gestó otra hazaña cuando eliminó de la Copa 75-76 al que después sería el campeón de liga con Miljanic. La campanada comenzó en el partido de ida disputado en nuestro Heliodoro durante el mes de marzo y en el que se ganó al intratable Real Madrid por 2-0. Venían de protagonizar un par de proezas en el torneo continental, como remontarle al Derby County un 4-1 o golear al Borussia Moenchengladbach de los Vogts, Stielike, Simonsen, Heynckes y compañía. Luego, en la vuelta en el Bernabéu, y pese a que Santillana adelantaba a los blancos en el minuto 8, el Tenerife se hizo dueño del partido, movió la pelota con criterio y volvió loco a un rival desconcertado e impotente. El panorama fue empeorando hasta degenerar en un auténtico drama para la parroquia merengue y en una explosión de júbilo para el tinerfeñismo.

Episodios de la historia. Hay que entender que se trata de un deporte, un juego, en el que la página que corresponde al próximo partido aún está vacía.