LOS DIRECTORES de sucursales bancarias, que siempre han sabido mucho de morosos, repiten con frecuencia la frase "el peor pagador no es el tramposo de toda la vida, sino el deudor honrado recién arruinado". Decir que Rodríguez Zapatero es una persona políticamente honrada sería, como mínimo, una broma de mal gusto, y como mucho, bastante más. Zapatero es un prestidigitador que hipnotiza sin remordimientos a quienes cometen la temeridad de escuchar su verborrea; un mago capaz de sacar un conejo tras otro de la chistera con los que ir embelesando a la concurrencia. En el caso de estas Islas, uno de esos trucos ha sido el Plan Canarias; nada menos que 25.000 millones de euros en diez años. Equivalentemente, 2.500 millones de euros anuales.

"A día de hoy, el Estado está incumpliendo gravemente el Plan Canarias puesto que no se han percibido los primeros 2.500 millones que cada ejercicio debería recibir el Archipiélago", acaba de quejarse el vicepresidente y consejero de Economía del Gobierno autonómico, José Manuel Soria. Desconozco si el señor Soria creyó alguna vez en las palabras de Zapatero al respecto. No estoy al tanto de las ideas que fluyen por su cabeza y, además, no tiene por costumbre llamarme para ponerme al tanto de sus disquisiciones mentales. Algo que tampoco hace, la verdad sea dicha, el presidente Rivero. Los conozco lo suficiente a ambos, sin embargo, para estar convencido de que no. Especialmente en el caso de José Manuel Soria. Tanto él como Paulino Rivero son de los que piensan lo que dicen pero no dicen lo que piensan. Algo, en lo que respecta al presidente del Ejecutivo canario, que se expuso el pasado miércoles en el comentario de EL DÍA. Nadie con una mínima cantidad de materia gris detrás de la frente podía confiar en que la promesa de Zapatero resultaba cierta en medio de una crisis como la que afecta al país; de forma concreta, con unos ingresos muy mermados tanto para la Administración central como para las periféricas que, por si fuera poco, deben destinar muchos más recursos a las ayudas sociales y a sufragar el desempleo. Darle credibilidad a esa promesa resultaba tan iluso como volver a creer en los Reyes Magos; nunca mejor dicho, por cierto.

Ocurre, empero, que el ser humano necesita creer en lo que sea. "Las ideas se tienen; en las creencias se está", sentenció Ortega. Las ideas se tienen y se sostienen, pero las creencias nos tienen y nos sostienen. Por eso unos creen en Dios, otros en el dinero, otros en el amor y la amistad, otros en el esfuerzo personal como camino seguro -qué ilusos- para lograr lo que quieren en la vida, otros en el hedonismo, algunos le rinden culto al cuerpo, están también los enganchados a la ropa de moda, los aficionados al tinte capilar, los convencidos de que van a acertar una quiniela y también, acaso los más memos, los que creen en las promesas de Zapatero. Lo de memos no va ni por Rivero ni por Soria, naturalmente, pues estoy plenamente convencido de que jamás pensaron en sus meditaciones más profundas que estas Islas podrían recibir 2.500 millones año tras año durante nada menos que una década entera. Tan solo les convenía ocultar sus recelos por si acaso nos tocaba la lotería. Lástima que no vaya a ser así.