Siempre hemos pensado que el objetivo del fútbol base, en particular, y del deporte, en general, es favorecer que los niños practiquen algún deporte y fomenten el juego colectivo. Seguro que estos nobles propósitos los suscribirían sin dudar ni un momento todos los estamentos del fútbol de Tenerife. Sin embargo, la realidad es otra para algunas personas -sin duda, pocas- que dirigen a nuestros hijos. Una de estas es el presidente y, por añadidura, la Junta Directiva del U.D. Victoria, que ha mostrado una actitud autoritaria e intolerante con los niños. Vayamos con los hechos.

A mitad de la temporada, uno de los niños mostró sus dificultades para abonar la compra del preceptivo chándal del equipo. Aquel día se le prohibió entrenar, y además el presidente reunió a los niños y les dio a elegir entre "seguir en el equipo o estar de parte del expulsado". Cuatro niños se levantaron y dando, a nuestro juicio, una lección de dignidad, decidieron ponerse de acuerdo con el apartado. Gracias al ofrecimiento del resto de los padres de solucionar entre todos el problema económico, el club, atrapado, dio marcha atrás, pero a partir de ese momento la suerte estaba echada. Aduciendo vagas razones de falta de disciplina, la junta directiva decidió por unanimidad echar al entrenador, de forma que por solidaridad los padres que habían traído a sus hijos con dicho entrenador abandonaron el club. Cuando el presidente, en una tensa reunión con los padres, fue quedándose sin argumentos sostenibles, llegó la justificación concluyente y terminante: "El club es mío", punto y final, y amenazó con no devolver las fichas. Ahora ha intentado dividirnos readmitiendo a algunos aduciendo "que no ha echado a nadie".

Parece ser que, consultada la federación, efectivamente, tiene el poder absoluto para dirigir un equipo base "manu militari". Esta no es la queja de unos padres porque sus hijos no juegan lo suficiente, es algo más importante. Queremos que se conozca la filosofía que empuja a algunos directivos de equipos de base, a los que confiamos nuestros hijos, como este presidente incumplidor de su palabra, autoritario, impermeable a las dificultades económicas de estos tiempos, mal perdedor en los partidos (de esto puede dar fe un grifo del campo del Valleseco, pero esa es otra historia) y, sobre todo, incapaz de digerir que niños de 13 años le dieran una lección de dignidad.

Cuatro defensores del fútbol base

Una guagua al rescate

El día de la tormenta, cuando salí del trabajo, esperé muchísimo tiempo en la parada a la llegada del tranvía. Diluviaba, estaba calada hasta los huesos del frío, con la ropa mojada, desesperada y con la incertidumbre de si alguien pasaría a recogerme como todos los días. Sinceramente, me sentí muy sola, estaba muerta de miedo. Sin embargo, cuando ya había perdido toda esperanza, ¡apareció una guagua a rescatarme! Realmente, me apetece contar mi experiencia porque suelo ser crítica con Titsa y en estos momentos tan duros supe que dentro de la guagua estaba resguardada y que además llegaría a mi destino. Tardamos bastante en llegar, pero llegamos, y creo que hay que reconocer la labor del conductor, que se enfrentó con valentía a una carretera imposible, llena de socavones, escombros y litros y litros de agua.

L. Hernández