NO SE TRATA sólo de que haya perdido los papeles y que sus afines pretendan justificarle con la generalidad: "Mal de muchos, consuelo de tontos". No. José María Aznar ha sido presidente del Gobierno español y debe saber mantener el temple ante la crítica, aunque ésta -también censurable- caiga en el insulto, y no perder en ningún momento la corrección política haciendo un gesto obsceno y despectivo que contraviene las normas básicas del respeto hacia las legítimas diferencias.

No me adhiero al gesto, al contrario, se lo reprocho, pero tampoco estoy de acuerdo con que un puñado de estudiantes universitarios falte el respeto a un conferenciante, al público presente, a los trabajadores de la institución y al resto de españoles que nos hemos visto convertidos en carne de noticia. Abuchear no es sinónimo de respetar, e injuriar con expresiones del tipo de "lameculos de Bush, fascista, asesino y terrorista", constituye una agresión intolerante e intolerable. El que acusa de fascista y asesino, generalizando, se etiqueta como el más fascista, ya que la base de la democracia estriba en la consideración a las minorías.

La polémica en torno a la gestión de Aznar al frente del Ejecutivo español está servida, contribuyendo a avivar el infausto recuerdo de las dos Españas, dado que el calificado como "criminal de guerra" por unos o "el mejor presidente de la historia de España" para otros, tiene el don de no pasar desapercibido allá donde va. Si lo que se quería era deteriorar su imagen, no lo han conseguido. Su figura y la foto han sido portada de los periódicos nacionales, tema de comentario en tertulias y reportajes televisivos y objeto de las declaraciones, no siempre prudentes, de unos y otros. En cualquier caso, el político madrileño no ha sido el mejor presidente del Gobierno de nuestra historia, porque para serlo habría que pasar por encima de Adolfo Suárez, cuya talla de hombre de Estado, al menos en mi opinión, no ha sido igualada hasta ahora por ninguno de sus sucesores.

El actual presidente de FAES y ex jefe del Ejecutivo sabe que es un personaje controvertido, que ha sido importante en un periodo reciente del devenir de la nación y que hay mucha gente que está en desacuerdo con él; por tanto no podía pillarlo desprevenido la actitud de los estudiantes asturianos. Atizó el fuego en su conferencia al cuestionar la capacidad de Zapatero para afrontar la crisis, tildando a su sucesor de "jefe de los pirómanos que no podrá ser nunca el capitán de los bomberos", y la reacción no se hizo esperar, pero ésta no debería de haberlo sorprendido. El gesto, carente de elegancia, con el que respondió, ha sido poco inteligente.

Sus seguidores apoyan sus argumentos de la bonanza económica que el país vivió bajo su mandato. Sin embargo, los economistas afirman que sus dos únicos méritos consistieron en hacer girar la economía del país sobre un sector volátil, especulativo y con espectaculares beneficios a corto plazo: la construcción, y en otorgar patente de corso a la banca española para extorsionar legalmente a la mayoría de los usuarios. El resto fue el brutal encarecimiento de los precios después de que el euro entrara en nuestras vidas; la conversión de la Telefónica pública en un monstruo privado; la drástica reducción de la protección social, o la reforma fiscal que subió impuestos a las rentas bajas, reduciéndolos para las rentas altas, completando con ello el resumen de su trayectoria gubernamental.

En cuanto a si es o no un criminal de guerra por las muertes que ocasionó en Iraq, invasión ilegal en la que contribuyó, será una cuestión a dirimir algún día por los tribunales competentes, exactamente igual que se podría juzgar la actuación del presidente Rodríguez Zapatero por hacer participar a España en una ocupación que casi todos los días provoca la muerte de civiles inocentes en Afganistán. Una acción de guerra calificada eufemísticamente como daños colaterales.

El gesto de Aznar es un fallo político, de protocolo y de educación, dejando al desnudo sus miserias, demostrando que carece de templanza y de poder de convicción en la palabra, cualidades imprescindibles tanto en la vida misma como en la política.

Sin acritud, Sr. Aznar, aléjese de las palestras, no contribuya al deterioro de su necesaria opción política, dedíquese a vivir de sus suculentas rentas y espere el juicio de la historia, una docta maestra que nada tiene que ver con el ímpetu de unos estudiantes que, pese a sus pocos años y experiencia, se consideran capacitados para ejercer el papel de verdugos. Se le olvidó que "más sabe el diablo por viejo que por diablo".