PASADAS las fiestas de Don Carnal volví a la tertulia semanal de la cafetería del hotel Nivaria, porque ya estaba echando de menos el cafecito y la amena charla con los amigos. Nada más llegar Pelicar, salió con lo de me parece mentira que, con la que está cayendo, y no me refiero precisamente a la lluvia, todavía queden personas con ganas de fiesta, de divertirse y de gastar dinero. A lo que le respondió con sorna Beneharo: es que hay gente para todo. Sí, supongo que sí, añadió un Ruymán, que aún tenía cara de no haber dormido durante días, supongo que como consecuencia de aguardar preocupado la llegada de algunos de sus hijos, de lo que él denominaba el gran botellón de disfraces, y que se alargaba, incomprensiblemente, noche tras noche. Lo que no entiendo de todo esto, apuntó Rayco, es cómo una mayoría de canarios -no olvidemos que nuestro paro ronda la escalofriante y vergonzosa cifra del 20% de la población, que se dice pronto, y en la que curiosamente predomina la juventud-, luego, te los ves haciendo cola durante días, incluso con tiendas de campaña, no para encontrar trabajo, sino para sacar las entradas para los concursos de murgas, para ver al Tenerife o para oír al cantante de turno que ha decidido pasar por aquí. En resumidas cuentas, apostilló Pelicar, tenemos una sociedad cabreada, pero mansa y silenciosa, que lo mismo le da que le da lo mismo que les gobierne Zutanito que Menganito. Y así nos va.

En esos momentos llegó Azuquahe, que venía de presentar la documentación para solicitar una nueva subvención para una de sus asociaciones, creo recordar que nos dijo que se trataba de la Hermandad de los Templarios de Tacoronte, por la que había solicitado unos 30.000 euros. Por supuesto que, dado los antecedentes, ya nadie se atrevió a preguntarle si en Tacoronte hubo alguna vez templarios; todos dimos por sentado que "la pasta" se repartiría oportunamente entre los de siempre, y que él se quedaría con una parte para cubrir los gastos y sacar algún beneficio. Cuando se sentó y pidió su capuchino, Pelicar animó la conversación metiéndole los dedos en la boca a su amigo preguntándole si crisis no significaba, de alguna forma, ajuste puro y duro, a lo que Azu le contestó que sí, que, efectivamente, sin austeridad no se podía luchar contra el fantasma del paro y de la pobreza, pero que, para ello, lo primero que tenía que existir era una conciencia social y política de lo que en realidad está sucediendo; comenzando por apretarse el cinturón los gobernantes, así como las distintas administraciones; sin ejemplo, aseveró Azu, no hay forma de convencer a nadie.

De pronto, se hizo un silencio del que nadie quiso hacerse responsable, pero que todos achacaban a las palabras de Azu, el cual hablaba de forma sentenciosa de lo que había que hacer y del ejemplo que había que dar para salir entre todos de la crisis; cuando él era, precisamente, uno de tantos que se beneficiaban del sistema corrupto que se había implantado en la Administración, en particular, y en la sociedad, en general -el que puede aprovecharse, sin duda se aprovecha-, como fiel reflejo de una determinada casta política que, poniendo como excusa la ideología, se servía de la famosa frase de uno de los ministros de la progresía zapateril, que venía a decir, más o menos, que el dinero público no es de nadie.

Pero como Azu no era tonto, pronto se dio cuenta de que el silencio cómplice lo apuntaba a él, por lo que atajó aquel incómodo mutis con una de sus oportunas salidas: ¡qué quieren que les diga! Este es un país de locos y lo peor es que el más loco de todos ejerce nada menos que de director del manicomio. Si no, ¿cómo se explican ustedes que el Gobierno pretenda reducir el déficit público haciendo que la peor parte del sacrificio la soporten los trabajadores y, por consiguiente, la inmensa mayoría de los españoles que conforman la gran clase media; mientras ellos, como gobierno, son incapaces de reducir el gasto público por la vía de reajustar los ministerios, cargos públicos, asesores -sólo Zapatero tiene más de 600-, o dilapidar de forma y manera vergonzosa e insultante el presupuesto del Estado, al cual contribuimos todos con nuestros impuestos, con ejemplos tan sangrantes como el llevado a cabo por la ministra de cuota, la sin par e impresentable Bibiana Aído, que ha "repartido" 845.803 euros entre veintiuna feministas progres para el estudio de las más variopintas elucubraciones sobre la igualdad de género o cómo darle gusto al clítoris.

No obstante, apostilló mi amigo Pelicar, no toda la culpa la tiene el Gobierno central; es necesario resaltar que las dos terceras partes del gasto público se encuentra en manos de las distintas comunidades autónomas, incluidos los ayuntamientos que, como el de Madrid, se han endeudado para varias generaciones. El caso, precisó Ruymán, es que nos tienen fritos a impuestos y, encima, nos los quieren subir ahora en julio; en definitiva, los impuestos los sufren siempre quienes no podemos repercutirlos hacia abajo, o sea, el consumidor final. ¡Mierda de crisis! A lo que siguió un nuevo largo silencio.

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