ME HABÍA jurado que no escribiría ni una línea sobre la muerte de Zapata en Cuba, pero algunos oprobios están incluso por encima de las promesas que me hago a mí mismo. Como cabía esperar, la breve y tangencial referencia al asunto en esta sección el sábado me ha colapsado el correo electrónico con airadas protestas de afectos al régimen de los Castro. A ninguno de ellos pienso replicarles. Ya en su momento los llamé por el nombre que realmente tienen; dicho sea -lo reitero una vez más- con el máximo respeto para sus madres, que ninguna culpa tienen por la forma en que piensan sus vástagos. Vástagos a los que igualmente les respeto sus ideas, lo cortés no quita lo valiente, pues cada cual es dueño de pensar como desee. Mentir es diferente.

Mentir es lo que acaba de hacer el actor Willy Toledo al manifestar, como lo ha hecho, que la gran mayoría de los "presuntos disidentes" encarcelados en Cuba son terroristas. Categoría en la que incluye, cómo no, al recientemente fallecido Orlando Zapata tras una huelga de hambre que no conmovió en absoluto a Raúl Castro. ¡Casi nadie! Cuentan en Cuba que durante la revolución el propio Fidel estaba horrorizado de las ejecuciones sumarias cometidas por su hermano y el inefable Che. "No quiero más sangre, Raúl", llegó a ordenarle tajantemente. "De acuerdo. A partir de ahora no los fusilaremos sino los ahorcamos". Realidad o ficción -más bien ficción, por supuesto- la anécdota describe sobradamente al personaje.

No obstante, reconozco que el señor Toledo tiene parte de razón: en un país donde es delito expresar una opinión política distinta a la del régimen imperante, Zapata era un delincuente común de la misma forma que lo es cualquiera de los encarcelados por no seguirle la corriente al Caballero, en su momento, y por no seguírsela a su hermano en la actualidad. Manteniendo igual criterio, también tenían razón las autoridades de Rabat al calificar de delincuente a Aminatu Haidar. No le pido a Toledo que se comporte con decencia política -eso parece difícil en personajes como él-, pero sí que al menos tenga un poco de vergüenza.

Sea como fuese, qué casualidad que el colectivo de actores -los de la ceja circunfleja, para entendernos- al que pertenece Willy Toledo haya defendido con tanta energía a Haidar durante la huelga de hambre de esta activista saharaui, y haya mirado para otra parte en el caso de Orlando Zapata. Aunque, bien pensado, no se trata de ninguna casualidad. Resulta que a la progresía se le han ido cayendo los mitos uno a uno. Se le cayó la Unión Soviética, el muro de Berlín y hasta Vietnam. Por si fuera poco, los chinos mantienen el comunismo en lo político, pero económicamente viven inmersos en un capitalismo feroz y feraz. Son pocos los clavos ardientes a los que todavía pueden asirse los progres de barba lampiña y gafitas redondas para no precipitarse al profundo pozo de su absoluto fracaso intelectual y moral. Cuba es uno de ellos, por desgracia para los cubanos. Unos cubanos que durante mucho tiempo soñaron con que en su país ocurriría lo mismo que en España a la muerte de Franco: una transición pacífica hacia la democracia. Por suerte para los españoles, el generalísimo no tenía un hermano dispuesto a reemplazarlo; por desgracia para los cubanos, el comandante en jefe sí lo tiene. Y de qué calaña.