SE SORPRENDEN algunos redactores de EL DÍA, y así lo hacen constar en una información publicada el pasado jueves, de ciertos cambios de opinión que cabría calificar, ¿cómo decirlo?, ¿de siderales? No lo sé. De momento me limito a reproducir la parte esencial de la información aparecida, como digo, el día 11 de este mes, relativa a unas declaraciones de Francisco Sánchez sobre la elección del Roque de los Muchachos para el futuro telescopio europeo de 42 metros de diámetro. El miércoles por la mañana, el señor Sánchez, director del Instituto de Astrofísica de Canarias por si alguien no lo sabe aún, manifestó textualmente: "No entiendo las manifestaciones de los que representan al Gobierno español y a la astronomía española en la ESO. No comprendo por qué vamos de perdedores". Ya en horas de la noche de ese día, el meritorio y galardonado astrofísico dijo digo donde había dicho Diego, o al revés, y sentenció: "El Ministerio de Ciencia e Innovación está haciendo lo imposible por traer el E-ELT. Ha conseguido hacer verdaderas filigranas para poner sobre la mesa los 300 millones de euros". En definitiva, los representantes del Gobierno español -cabe suponer que el Ministerio de Ciencia tiene algo que ver con el Gobierno de España- ya no iban de perdedores. Cabría preguntar quién llamó al señor Sánchez desde Madrid durante las horas que mediaron entre uno y otro parecer, si bien eso es lo de menos.

Comprendo que a los redactores de la información les cause sorpresa estas actitudes, ¿cómo llamarlas?, ¿"veletarias"?, aunque en realidad no son nuevas en el profesor Sánchez. Ya experimentó una similar allá por el año 1986 cuando el asunto Maravall. Por aquella época, el IAC no dependía del entonces Ministerio de Educación y Ciencia, como hubiese sido lo lógico, sino del Ministerio de Presidencia, a cuyo cargo estaba Javier Moscoso. Un ministro débil dentro del Gobierno de Felipe González, pero famoso entre los funcionarios porque les regaló los seis días al año de asuntos propios -los llamados "moscosos"- todavía vigentes. El caso es que José María Maravall, titular de Educación y Ciencia, quería pasearse por Europa -España estaba incorporándose a la CEE- con el prestigioso IAC en su cartera de ministro. Algo que no le gustaba a Francisco Sánchez ni a sus colaboradores en el Instituto, pues suponía, entre otras servicias, ponerse en la cola con todos los demás para ajustar los presupuestos. Unos presupuestos que, estando solos en Presidencia y con un generoso Moscoso a cargo del asunto, resultaban más holgados.

El señor Sánchez le declaró una guerra de papel -entiéndase en los medios de comunicación- al ministro Maravall. Así, cuando éste visitó el IAC, el personal del Instituto lo increpó por los pasillos -con amabilidad y hasta con sonrisas, pero lo hizo- en contra de la adscripción a Educación y Ciencia. Una circunstancia que aprovechó Sánchez para decirle al ministro "ya ves, José María, como está la situación; intento contenerlos, pero no puedo". No contento con esto, al día siguiente, con Maravall ya de regreso en Madrid, reunió al personal del IAC en el salón de actos y les afeó la actitud hostil hacia el ministro. Naturalmente, toda reconciliación, todo abrazo de Vergara, requiere un gesto, un obsequio. En esta ocasión no fue la concesión de unos fueros, sino la cabeza del más infeliz, indefenso y leal colaborador de Francisco Sánchez; alguien que, como señaló Jorge Bethencourt en un magistral artículo, jamás había escrito una línea sobre el IAC sin que lo indicara, o al menos sin que lo supiera, el profesor Sánchez. Pensaba entonces que la Universidad -la universidad en general, no ninguna en particular- y los centros de investigación aledaños eran templos del pensamiento puro en los que no cabían las rencillas, ni las traiciones ni las traperas puñaladas al uso, desgraciadamente, en otros ámbitos de la vida cotidiana. Parece evidente que estaba equivocado.

En fin, como pese a todo siempre he deseado lo mejor para el IAC, para Canarias y para España, me aferro a la esperanza de que el E-ELT se construya finalmente en La Palma. No obstante, la realidad que atisbo es diferente. "Joder, otro telescopio", me espetó hace unos días en Madrid un político socialista cuando saqué el tema. Algo parecido le oí decir a uno del PP, aunque no de tan alta alcurnia gubernativa. Naturalmente, todo ello con la boca pequeña; el discurso de puertas afuera es, ¿cómo expresarlo?, ¿de un encendido patriotismo?

Sea como fuese, con esas fobias internas y ese desdén externo -Zapatero no tiene amigos en Europa-, me quedo con el final de lo primero que expresó Francisco Sánchez. Lo que dijo antes de que lo obligaran a rectificar o de que él mismo, como Pablo camino de Damasco, se cayera del caballo en las insondables profundidades del cosmos y viera la luz de la conveniencia: "No comprendo por qué vamos de perdedores". Yo sí lo entiendo.

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