LO QUE PASA en España ya no tiene remedio: a la farsa de la comisión del pacto fantasmal contra la crisis económica; al disparate de persistir con contumacia en el anuncio de subir dos puntos el IVA ¡para reanimar el consumo!; al patético reconocimiento del ministro de Trabajo de que él tiene un plan privado de pensiones; a la mentira flagrante del presidente del Gobierno negando que él también los tenga, y luego se descubre que tiene tres; al intento muerto antes de nacer de un oportunista pacto educativo que deja fuera la Educación para la Ciudadanía y la objeción de conciencia de padres, profesores y titulares de centros, a la incompetencia dramática de los administradores públicos catalanes en cuanto nevó un poco…, a todo eso se unieron el viernes las lágrimas teatrales de los políticos a los que alguien con un poco de instrucción les escribe un comentario necrológico sobre la muerte de Miguel Delibes. Decididamente, no se ve remedio para este panorama. Y el noble pueblo español, a la vista de lo que hay, parece que ha resuelto sentarse y esperar a que escampe, como si cualquier posible solución no dependiera precisamente de él y hubiera de venir del cielo. Viene así como anillo al dedo el recuerdo de Edmund Burke: para que el mal triunfe sólo hace falta que los buenos no hagan nada.

Contradicción

Esta semana se han producido dos episodios relacionados con la política exterior, a los que vale la pena dedicar alguna atención. Uno de ellos es el reflujo del auto del juez Velasco en que aprecia indicios de colaboración del Estado venezolano con la ETA. Como se sabe, el presidente de aquel país, con la zafiedad que le caracteriza, se negó a dar la menor explicación, y aprovechó para insultar a Aznar, despreciar al Rey y atribuir a fuerzas extrañas un imaginario intento de enemistarle con Rodríguez Zapatero.

La reacción del Gobierno español, con su presidente a la cabeza, flanqueado por el ministro de Asuntos Exteriores, ha sido la que cabía temer: con la boca pequeña ha defendido la independencia del juez, y en seguida ha reiterado su amistad con los regímenes despóticos de Venezuela y Cuba, donde ya estamos en vísperas de la segunda muerte por huelga de hambre de otro disidente.

En materia de política exterior, el Gobierno de Rodríguez Zapatero se encuentra en un callejón sin salida al que le lleva su propia contradicción. Por una parte, España pertenece a la Unión Europea y a la OTAN, está inserta claramente en el ámbito occidental y democrático; pero por otra, Zapatero sigue soñando como un adolescente con los restos del naufragio de la revolución de los años 60 del siglo pasado, que hoy está ya enseñando su más fea cara totalitaria en forma de la llamada ideología de género y la cultura de la muerte.

Respecto a la UE, la cosa no presenta mayores dificultades, porque la Unión también está infectada de este virus destructor de los cimientos sobre los que se ha construido Occidente; pero en cuanto se trata de cuestiones de defensa, el asunto se complica, y ya han empezado a conocerse las protestas de nuestros aliados, que se quejan de que las tropas españolas destacadas en la guerra de Afganistán no sólo no ayudan, sino que escurren el bulto todo lo que pueden.

Evidentemente, la responsabilidad de este proceder no es de los soldados ni de sus mandos directos, sino de las órdenes políticas recibidas. Empezamos, pues, a cosechar lo que Rodríguez Zapatero ha sembrado con tanto tesón como insensatez: el descrédito español también en lo relativo a la defensa común de la Alianza Atlántica. Y aún nos quedan dos años más de esto.

Cooperantes

El jueves fue liberada Alicia Gámez, la mujer del grupo de tres cooperantes españoles secuestrados por Al Qaeda en Mauritania. La vicepresidente Fernández de la Vega declaró que no se había pagado ningún rescate, lo que provocó la irritación de no pocos observadores y comentaristas, que pensaron que la señora Fernández de la Vega nos toma a todos por idiotas. Sin embargo, por una vez podría ocurrir que esta señora hubiera dicho la verdad: una nota hecha pública por los terroristas a las pocas horas señalaba que Gámez fue liberada tras haberse convertido al Islam.

Esta información ha puesto de manifiesto que la fibra moral de este país está bajo mínimos. Tanto el Gobierno como los partidos políticos y los medios de comunicación se han quedado literalmente mudos, sin saber qué decir. Ni siquiera ha salido nadie a explicar a la opinión pública que si Alicia Gámez, en el futuro, una vez superado el probable síndrome de Estocolmo, decidiera volver a sus creencias anteriores si es que las tenía, automáticamente debería esconderse porque estaría formalmente condenada a muerte por el Islam, que castiga así a sus apóstatas.

Este episodio ha sido una especie de caso práctico de cómo el laicismo que Rodríguez Zapatero pretende implantar a golpe de legislación en España no sólo no conduce a ninguna parte, sino que deja a España, -y a todo Occidente- a merced de la invasión silenciosa musulmana. Pero ni el Gobierno ni sus amigos están dispuestos a aceptar algo tan evidente, porque si lo admitieran se desplomaría como un castillo de naipes toda la monserga de la "alianza de civilizaciones"; y, por su parte, los medios que no comparten esta política del Gobierno tampoco se atreven a decir nada, no vaya a ser que los tomen por cristianos y puedan sufrir las consecuencias en forma de muerte civil con que el poder zapatérico podría reaccionar. No encuentro otra explicación a este silencio ciertamente ominoso.

Posdata

Las Comunidades Autónomas siguen sin hacer los deberes. Sus deudas se disparan un 26%, y no se ven indicios de control o recorte del gasto público. Tenemos crisis para mucho más tiempo del que era de temer. Paciencia.