EN SU ARTÍCULO, hace una semana, Javier Marías señaló que en España se ha perdido el humor. Como columnista avezado previene sobre la controvertida eficiencia del uso de la ironía, pues, asegura, que muchos lectores no alcanzan esos tonos y lo entienden todo en su estricta literalidad: "[…] para nuestro pasmo, pueden acusarnos de defender lo que atacábamos o de atacar lo que defendíamos…".

Con la de folios sumarísimos que nos caen encima y la de banquillos de acusados que tenemos; la vuelta de tuerca del paro y el talento de Messi… no me resisto al retintín. Tanto como no puedo sino rendirme a esta especie de compostura, que creo me aporta la edad, de ver ambas caras a los asuntos que tantos consideran irreconciliables y compartirlas -las dos- y no sentirme sino reconfortada: sin conflicto.

Porque ¿a qué se dedicarán ellos si no pueden salvarlas a ellas -a creer que lo hacen, que lo han hecho, que lo hicieron- siendo el Príncipe Azul? ¿A qué se dedicará toda esa generación que sintió luchar contra el dragón -¿quiera un día-? ¿qué será de ellos si la ministra Aído elimina del imaginario social los cuentos que los forjaban como héroes? Si desaparece Cenicienta, Blancanieves ¿quién los habrá de consolar?

Y a ellas, a esas mujeres pasivas que había que salvar ¿qué les pasará, si al decir del manual "Educando en la Igualdad" deben olvidar a los salvadores? Y qué será de las que hace tanto tiempo los olvidaron; y qué de las que más bien fueron la Ratita Presumida.

Qué será de las que con naturalidad aprendieron a estar ante la tele frente a "¡Sálvame!" -qué casualidad-, planchando camisas rayadas de hilo primaveral; calculando al tiempo la revisión hipotecaria; repasando con los suyos, tal vez a Kant (se acerca la Pau a los hogares), y supervisando su agenda laboral. Qué será de aquellas que por sí eliminaron solo una parcela de estereotipos y se convirtieron en doblemente activas. Y qué les pasará ahora por la mente si, esta misma semana, escucharon a los especialistas anunciar un futuro escabroso para sus corazones, a consecuencia de unos cuerpos maltrechos por el estrés, que se llenan del colesterol y del cúmulo de grasa bajo el pecho, en un perfil que pertenecía a las tripas varoniles.

Con la de secretos de sumario que quedarán por escudriñar, quién, a estas alturas, las salvará… de sí mismas.