YA NO ES novedad. Como lo de los políticos corruptos. Por lo relativamente frecuente, oír o leer la noticia de miembros de la iglesia católica envueltos en asuntos de sexo está perdiendo esa cualidad de la noticia periodística. Aunque siga siendo actualidad. No podemos permitirlo. Por nauseabundo.

Cuando aparecen las primeras denuncias de pederastia contra miembros de la Iglesia Católica parecía que se trataba de casos aislados, de delitos cometidos por individuos que se podrían encontrar en cualquier sociedad o institución. Los cientos de casos que ahora se conocen y los que afloran cada día dan una imagen pavorosa de la "Santa Madre": la de una institución en la que la pederastia es un delito no sólo frecuente, sino conocido y consentido desde mucho tiempo atrás por las autoridades civiles y religiosas. La indefensión de las víctimas y la prepotencia de los culpables, que gozaron de total impunidad, produce sensaciones de terror.

El mal se extiende por todos los países donde se implantó la religión católica, aunque sea minoritaria, y a todos los niveles y categorías: curas, párrocos, obispos, cardenales… que lo practican o lo favorecen con su silencio. Como no es lógico pensar que los pederastas de todo el mundo decidan hacerse curas católicos para practicar impunemente su vicio, habrá que pensar que la propia institución es la que propicia la expansión de los abusos a menores. La imposición del celibato es, sin duda, una de las causas que provocaron esta situación -que no existe entre los curas o pastores protestantes- y otra podría ser la negativa a considerar la homosexualidad como una opción natural de la sexualidad, con los consiguientes desahogos sexuales mal encauzados. En definitiva, la consecuencia de la ancestral y permanente obsesión de la Iglesia Católica contra el sexo, dentro y fuera de su seno. Lo mismo que hace con la exclusión de otras situaciones placenteras. Como si estuviese empeñada en aguar la fiesta abjurando de todo lo agradable y bueno. ¡Joder!… con el valle de lágrimas.

Desde el segundo siglo de la era cristiana se discute si los clérigos deben permanecer célibes o autorizados a contraer matrimonio. Al final, triunfó la tesis de la castidad obligatoria para cuantos se dedicaran -hombres o mujeres- al servicio de Dios. Sin embargo, la vulnerabilidad de la castidad y los desacatos a la virginidad han sido constantes, por muchos acuerdos conciliares pletóricos de sanciones -algunas severísimas- que se hayan sucedido.

Como muestra un botón. El Papa Alejandro VI, engendró cuatro famosísimos vástagos en una aristócrata casada: tres hijos y una hija, Lucrecia, con la cual cometió incesto, y hasta se asegura que tuvo cinco hijos más de distintas mujeres. Lógicamente han desaparecido estos grandes clavos -al menos que se sepa- pero las chinchetas abundan.

Celibato, castidad, ayuno y abstinencia, como renuncias que van contra los deseos y apetitos naturales, se ha querido convertirlos en virtudes. Si, como dice la Iglesia, Dios nos quiere castos, ¿por qué demonios nos ha creado sexualmente activos todo el año? ¿Para convertirnos en santos por renunciar hasta la mortificación? Todo hombre y mujer son pasiones, y la virtud no está en eliminarlas, sino en admitirlas, contenerlas y dominarlas.

Ahora, ¿alguien se cree que a estas alturas se va a claudicar ante el celibato? Sería poco menos que darle la razón a Lutero, así que prepárense, que habrá más de lo mismo. Por mucho incienso que se eche para ocultarlo.

Mis recuerdos de niño me llevan a un cura de pueblo -el mío- que visitaba a las señoras y les hacía "proposiciones deshonestas" con el mismo desparpajo que pedía los mejores corderos para sus convites, y que entre su currículo figuraba que en una aldea de la montaña leonesa en la que estuvo destinado anteriormente, buena parte de los jovencitos se le parecían mucho. De esto hace apenas cuatro décadas. ¿O fue ayer?

Hace muchos años, un monje bienhumorado, vividor y vigorosamente consecuente con las "debilidades" sexuales del clero -el Arcipreste de Hita- escribía: "Como dice Aristóteles, y es verdad, el mundo trabaja por dos cosas: la primera para tener sustento; la otra es para conseguir unión con hembra placentera". O aquello que comentaba Oscar Wilde: "El hombre que moraliza generalmente es un hipócrita; la mujer que moraliza, siempre es fea".

Lo dicho, mejor casados. Los seminarios, hoy mediovacíos, se llenarán.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es