LA CIENCIA y, sobre todo, la medicina han revolucionado no sólo las condiciones, sino también las expectativas ante la vida. La vejez de hoy, a la que de una manera desafortunada se la encasilla en el gueto social de "tercera edad", no tiene nada que ver y bien poco se parece a la de mediados del siglo XX. En la actualidad, y motivado por la propaganda y el mercantilismo, se pretende vender el espécimen juventud como lo mejor, lo más logrado y lo más productivo. Tener una piel tersa y sin arrugas y toda una vida para poder llegar, si es que se llega, a alguna parte, parece lo importante y hasta necesario para el triunfo. Pero esta cuestión de los años y la actitud ante la vida se está sometiendo a un reciclaje social plenamente diferenciado, simplemente por su evidencia y eficacia, no por otra cosa.

Ser joven o tener años, estar implantados en los veinte o rozando la edad en la que se considera llegar a la vejez no tiene nada que ver con la etapa anterior como se entendía el desarrollo socio-biológico. Ahora cuenta la disponibilidad para aceptar retos, el ritmo vital, el no adormecerse en los recuerdos y tener delante de sí una visión del mundo que no está acortada o disminuida ni por el calendario ni por los complejos.

Ser joven es importante, pero lo peor es sentir que, efectivamente, se está en la edad correspondiente pero con sensación de acabado, cansado, lento, con ritmo avital, que lo que condiciona es que aquellos procesos, como la construcción de una nueva realidad social, tarden en llegar o no lleguen jamás.

Ser viejo, alejándonos de peyorativos, es una cuestión que está por definir. Cuando las voces se levantan, los repuntes personales se acentúan y más que nada se sigue creyendo en uno, en sus capacidades o en cualquier proyecto realizable; se está instalado en la plenitud; eso sí, siempre y cuando no sea la enfermedad lo que secuestre la voluntad y la fuerza.

Hablaban de la vejez y de la juventud los escritores, los pensadores, los que se afanan en construir nuevos conceptos sobre la existencia, y decían que, desde la atalaya de la vejez, desde esa marcada perspectiva, es cuando la memoria se revisa, cuando se está en disponibilidad de saber dónde está lo inservible y dónde lo aprovechable, y que desde ahí bien se podría escribir la mejor novela o construir un sistema de pensamiento que dé con la clave de la vida. Ahí se entremezclan el pasado y el presente, y de ese maridaje el futuro se intuye, se ve con más claridad.

Hablan de la vejez y no era el consejo lo que mandaba, ni siquiera el recuerdo, que también, y desde ahí lo que se procuraba era, sin el simulacro instaurado, mirar hacia adelante con fuerza, con rabia y sin ira. Medir el tiempo, que es una cuestión relativa y no fácil; la ganancia de las horas o la pérdida de los minutos son un problema aún por resolver.

¿Cuándo se pierde el tiempo? ¿Cuándo ganamos horas y minutos en el fortalecimiento personal? ¿Cuándo llega la satisfacción a la juventud, y más si observan que el tiempo se les va, se les escapa hacia no se sabe dónde?

Se hablaba del aperspectivismo como la enfermedad de la juventud, lo que truncaba sus rebeldías, lo que desdibujaba su futuro; se habló de la posibilidad de dejarse ir, de no enfrentarse a las realidades e inconvenientes del proceso biológico y "pasar" como fundamento de una avitalidad consecuente.

El aperspectivismo puede tener vida en cualquier edad, en cualquier tiempo. Se puede ser joven y tener la sensación de que se ha llegado; y se puede ser mayor, viejo o como ustedes quieran y estar en el camino.

Hablábamos de la vejez y de la juventud, y lo que más retumbaba en los tímpanos de los que allí estábamos, desde un diletantismo exquisito o desde una literatura novedosa, era que la cuestión vital ha cambiado, se ha modificado y precisamente no por la juventud, sino por los otros. Por los que han recorrido un largo trecho en el camino de la vida y han llegado con ritmo suficiente y alentador, marcando con énfasis que la historia no es ni de unos ni de otros; ni de los jóvenes ni de los viejos. Es de todos sin exclusión.

La fuerza de la juventud se completa con la enjundia de la experiencia de los otros, y cuando poseamos el tiempo, cuando tengamos la razón, lo mejor que podremos hacer es distribuirlo, aprovecharlo y no usarlo como piedra arrojadiza entre unos y otros. Y tener bien claro que envejecer es como escalar una gran montaña; mientras se sube las fuerzas disminuyen, pero la mirada es más libre y la vista más amplia y serena.