A RAÍZ de los escándalos de pederastia que salpican a la Iglesia católica (en adelante IC) en varios países, se ha promovido una fuerte campaña mediática anticlerical y antieclesial con gran tendencia a distorsionar los hechos y forzar interpretaciones para atacar no sólo a la institución eclesiástica, sino también a su máximo representante, el Papa, con el objetivo de manchar su imagen. Se trata, ante todo, de una lucha entre el laicismo y el cristianismo, porque los laicistas saben bien que si una salpicadura de fango alcanzara a la blanca sotana del Papa repercutiría en su propia imagen, en la de la IC y en la religión cristiana. El argumento en que se basa esta campaña es claro: los sacerdotes son pederastas, por tanto, la Iglesia no tiene ninguna autoridad moral y por ende, la religión católica es peligrosa. Luego el cristianismo es un engaño y un peligro.

Vayamos por partes. El uso y abuso de los niños como objeto de gratificación sexual por parte de los adultos ocurre en todas las clases sociales, profesiones, religiones y grupos étnicos en cualquier lugar del mundo, según lo demuestran claramente las estadísticas acerca de la pornografía, el incesto y la prostitución infantil. Según refiere Philip Jenkins (no católico) en su obra "Pedophilia and Priest", considerado el estudio más completo que existe hoy día sobre este tema, la pedofilia entre sacerdotes es meramente testimonial, pues afecta al 0,3 % del clero, y aunque esto no sirva de excusa, no debemos olvidar que en todas las confesiones religiosas ha habido errores, incluyendo evangélicos, protestantes, mormones, testigos de Jehová, etc., pero, en cambio, cuando en ellas se ha producido un escándalo, apenas ha trascendido. Por el contrario, la IC es blanco fácil de ataques de parte de algunos medios, los cuales lanzan su dedo acusador para señalar culpables y responsabilizar al Papa por omisión pretendiendo, incluso hacerle sentar en el banquillo.

Hoy están surgiendo, como aves de rapiña, personas y grupos que, aprovechándose del mal ejemplo de algunos sacerdotes, se abalanzan sobre la IC como si todos ellos fueran unos lascivos o depravados. Algunas personas críticas que dicen estar interesadas en defender a las víctimas de los abusos sexuales lo que en realidad persiguen es hacer leña del árbol caído y echarla al fuego. Otros proyectan su odio y aprovechan la oportunidad en pos de un sueño que no lograrán: ver destruida la IC.

Pretendemos que los ministros de Dios sean perfectos. ¿Acaso los doce apóstoles fueron un modelo de perfección? Judas, traicionó a Jesús; Pedro le negó; Tomás dudó de él, y hasta Juan y Santiago quisieron ocupar puestos preferentes a su lado. Eran doce y Jesús estaba presente entre ellos; pese a ello, cinco le fallaron.

Los casos de pederastia descubierta y denunciada cuyos protagonistas son sacerdotes merecen calificarse de condenables e inadmisibles, y así han sido considerados por la IC y su máximo representante, el Papa Benedicto XVI, quien, pese a las acusaciones, jamás ha prohibido denunciar a los sacerdotes pederastas, sino todo lo contrario. Siempre ha estado comprometido contra el encubrimiento y el silencio en los casos detectados.

Efectivamente. El Papa ha sabido tomar las riendas de la situación doquiera que se haya producido un escándalo de pederastia por parte de algún sacerdote católico, fundamentalmente legitimado por su experiencia de más de veinte años como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, por lo que en ningún caso se ha detenido frente a los casos detectados que implican a la IC. Al contrario, ha tomado y toma las medidas necesarias, incluso sancionando a los infractores. Por consiguiente, no es cierto que el Papa no haya hecho nada por solucionar la pederastia.

La enseñanza de la Iglesia sobre la moralidad sexual se basa en la dignidad de la persona humana y en la bondad de la sexualidad. Esta enseñanza condena el abuso de los niños en todas sus formas, lo mismo que condena otros crímenes sexuales reprensibles como la violación, el incesto, la pornografía infantil y la prostitución infantil. En otras palabras, si estas enseñanzas se revivieran, no existiría el problema de la pederastia.

Por último, es preciso aclarar que no existe un alto número de sacerdotes sexualmente desequilibrados, como se está haciendo creer. La gran mayoría de ellos son normales, sanos y fieles que diariamente demuestran ser dignos de merecer la confianza de aquellos que les confían la educación de sus hijos.