A FUERZA de pasar una y otra vez por el mismo sitio, termina uno por no saber por dónde pasa y un buen día descubre lo que siempre estuvo allí y nunca realmente vio. Ya saben, "los árboles impiden ver el bosque", árboles en forma de pensamientos, preocupaciones, inquietudes, que concentran la atención en lo inmediato e impiden considerar el entorno.

Llevo viviendo en este barrio del barrio de Salamanca madrileño (en el santacrucero pasé mi infancia y primera juventud ) más de 45 años y no conozco realmente el barrio. Cuando llegamos allá por los años 60 la calle principal que partía la nuestra de Juan Bravo se llamaba, o mejor dicho, la gente la llamaba "Torrijos", aunque en realidad se llamaba y se sigue llamando Conde de Peñalver. Quien fuera uno o el otro no lo sabía nadie ni a nadie le ha importado nunca, dada la insana costumbre de los diversos alcaldes capitalinos de, por motivos que no se me alcanzan, negarse a complementar el nombre de la calle que aparece en la placa de las esquinas con la información útil al viandante de quien fuese el personaje de la placa. Es esto algo muy frecuente entre nosotros. Vivimos en una ciudad, sobre todo en las grandes y si no es la nuestra en la que nacimos, rodeados de calles, plazas y hasta jardines con nombres desconocidos y prácticamente sin saber a quién y cómo preguntarlo. Por ahí fuera, en el extranjero, no es que sea la cosa muy diferente, pero al menos en la ciudad de Milán que conozco, las placas de las calles, aparte del nombre de la persona con la que se honra la misma, lleva una segunda línea donde se nos dice lo que esa persona hacía en el mundo y cuándo.

Y no es cosa sólo de ahora. Enfrente de mi casa hay un asilo de ancianos que lleva el nombre de su fundadora Fausta Elorza, donde hace años solíamos ir a misa los domingos y fiestas de guardar. Pues un buen día, en los años del profesor don Enrique Tierno Galván como alcalde madrileño, a la par que nos enteramos después de siglos de oscurantismo de que había una cosa que llaman "el progreso", colocaron en la fachada de dicha Residencia que abarca toda una manzana del barrio, una placa por la que se informaba al curioso viandante de que en aquella casa vivió unos cortos meses durante nuestra guerra civil nada menos que el poeta Miguel Hernández, cuyo centenario se cumple en estas fechas, placa que nos recuerda que en dicho lugar compuso las llamadas "Nanas de la cebolla". La cantidad de gente, me imagino, que ha pasado en estos más de 70 años por delante de la fachada del edificio sin saber siquiera que allí estuvo el poeta, uno de nuestros grandísimos poetas, entre idas y venidas a los frentes de batalla, si bien la mayoría de ella tampoco sabía y aún no sabe quién era el tal poeta que, recuerdo, en mi libro de literatura de quinto año de bachillerato citaba como "el pastor poeta". ¿Cuánta gente de la que pasa por el barrio sabe que aquí estuvo viviendo Miguel Hernández? ¿Cuánta que lo ha oído nombrar? Mejor es no hacer encuesta alguna, que uno se iba a encontrar con una posible triste respuesta. La tal Residencia queda enfrente de la terraza de mi casa de Juan Bravo y muchas veces me pregunto dónde dormiría el poeta y si queda en el lugar alguna referencia de su estancia. Tampoco uno se preocupa demasiado, la verdad.

La manzana siguiente de la calle Torrijos también nos guarda una sorpresa, para mí más acentuada que para los demás del barrio, aunque antes de proseguir me interesa aclarar lo del nombre. En realidad se trata del general Torrijos, que fue un general liberal, que se empezó a dar a conocer durante nuestra Guerra de Independencia, que se alzó con el general Prim, que sufrió persecución y destierro en Francia e Inglaterra y que en Gibraltar sufrió una trama de engaños por parte de la autoridad de Málaga, que provocó su desembarco en aquella provincia, donde fue detenido con un grupo de sus adictos y fusilado a la edad de tan sólo 40 años. Pues esa manzana siguiente la ocupa principalmente y casi exclusivamente en las fachadas que dan a Torrijos, General Porlier y Padilla, el Colegio de San José de Calasanz, que los vecinos visitamos obligatoriamente al menos una vez cada cuatro años, ya que en sus amplias salas y pasillos se ubica la mesa de elecciones, tanto nacionales como regionales y locales, que me corresponde como ciudadano empadronado en Madrid.

Ese hermoso edificio, con una gran efigie de la Santísima Virgen en su portada en chaflán y con una imagen de Jesucristo del maestro Benlliure que sale en procesión por Semana Santa, alojó durante la guerra civil una de las tristemente célebres "chekas", donde se detenía a las entonces personas llamadas "de orden" por las fuerzas populares sin control aparente, de donde eran sacadas periódicamente para ser fusiladas sin mayor expediente que la voluntad de los ejecutores. De ellos está lleno el hoy en día tristemente famoso cementerio de Paracuellos del Jarama. De ahí sacaron una mala noche para ser fusilado al prestigioso dramaturgo Muñoz Seca, el de la famosísima obra teatral " La Venganza de don Mendo", de la que tantas versiones se han hecho durante la dictadura, desde luego, en el cine y en el teatro, con el irrepetible Tony Leblanc como inolvidable Don Mendo. Durante los primeros años después de la guerra en que me desplacé a estudiar a Madrid, la cheka se nos transformó en prisión. Y un buen día, más bien un mal día, me mandaban de mi casa un paquete para entregar a mi tío Juan Vicente, a quien habían detenido en Santa Cruz al acabar la guerra por masón, conducido a Madrid, donde fue juzgado y condenado por el Tribunal de Represión de la Masonería, e internado unos años en el penal de Burgos, todo ello a pesar de haber figurado durante la guerra, como mi padre y los de mis amigos, como voluntario de la llamada Acción Ciudadana, de la que me acuerdo verlo vestido con su uniforme de mono azul, su gorrita y su fusil, haciendo servicio de vigilancia nocturna por los barrios en aquellos años en que se decía que el crucero "Méndez Núñez", al que la guerra cogió en Fernando Póo, volvía a la Península y que al pasar por Canarias era su intención bombardearlas, por lo que se esperaba cualquier alzamiento de los partidarios de la II República. Afortunadamente, nada ocurrió entonces ni nunca, y los servicios a la patria de mi tío fueron recompensados con detención, juicio y encarcelamiento. Eso de ser masón era, entonces, gravísimo. Y estuve a visitarle esa vez y llevarle el paquete que contenía higos y nueces, y aunque salió pronto y volvió a su casa de Santa Cruz, en General Sanjurjo, pegada a la nuestra, ya nunca volví a verle vivo.

Pues mi tío Juan Vicente, que entre otras cosas tenía en su casa algo hoy desconocido como era un mueble tocadiscos, igual al de mi tío Guillermo, donde solía oír zarzuelas que le encantaban y al que me gustaba acudir para oír unos discos -por supuesto de bakelita negra- de chistes de gitanos, era para sus sobrinos, casi sus nietos, por la gran diferencia de edad de mi madre con su mujer, nuestra tía Adela, una especie de contador de cuentos y nos solía recitar historietas diversas que los cuatro hermanos oíamos como embelesados, desde el desembarco y derrota del almirante Sir Horacio Nelson en Santa Cruz ("Amanecía el 25 de julio de 1727, cuando la escuadra inglesa..."), hasta la muerte del general Torrijos, historia ésta que comenzaba así: "El general Torrijos / vivía desconfiado / con un pliego cerrado / que "el moreno" mandó. / Diciendo que se ponga / en marcha prontamente / que en Málaga la gente / pide Constitución". El poema continúa un buen rato para acabar con aquello tan patriótico antes y siempre de "primero pierdo mi vida / pero mi patria no",que pronunció en el momento de su fusilamiento junto a sus compañeros liberales y bajo instrucciones del tal "moreno", que no era otro que el gobernador de Málaga González Moreno, que con engaños atrajo al general liberal y rebelde, en contra del parecer de sus partidarios en aquella provincia, lo que pagó con su vida y la de sus amigos.

Así se escribe la historia, o al menos así la recuerdo yo, y así se la cuento. Ustedes verán.