POR FIN Zapatero ha logrado lo que pretendía: la demolición del Estado de bienestar que recibió en 2004, con una situación de superávit en sus cuentas. Con sus prodigalidades, Zapatero ha puesto en números rojos esas cuentas, atacando la cohesión y la mínima unidad nacional, al poner en marcha reformas sociales y estatutarias como la del Estatuto de Cataluña y los de Valencia, Andalucía, Galicia y Aragón, en los que no sólo ha transferido competencias como las de educación y sanidad, que debían permanecer en la administración central, sino que, transferidas, han disparado sus costes, alentando a las taifas regionales e incrementando la desigualdad entre españoles.

Zapatero ha gastado de forma manirrota para sostenerse en el poder a base de subsidios que no resolvían el problema de los parados, y sólo encarecían y aumentaban la deuda pública y el déficit, hasta poner en riesgo la arquitectura del euro, provocando que hayan sido no sólo nuestros socios europeos -Alemania, Francia y otros-, sino hasta su denostada USA, ese país tan criticado por toda la izquierda española, el que haya tenido que llamarle al orden y ponerle firme su admirado Obama, quien no olvida el desaire a la bandera norteamericana.

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Como dice nuestro presidente canario, Paulino Rivero, la "inacción de Zapatero y el descrédito internacional en que ha sumido a España" le obligan a adoptar ahora toda una serie de medidas que no sólo tendrán consecuencias para los más débiles, a los que recortará sus derechos sociales, sino que sólo tienen, Pepe Ignacio, una salida, la de la reforma de la arquitectura de todo el Estado, para rediseñar el llamado Estado autonómico.

Posiblemente, las medidas de ahorro en el gasto público aprobadas en el Consejo de Ministros del viernes último no van a lograr dinamizar el empleo, van a incrementar la inflación y aumentarán el paro, a pesar de que suban los impuestos y empobrezcan la calidad de vida de los más débiles. Cuando los agentes del Fondo Monetario Internacional y del Banco Central Europeo que han estado en los últimos días revisando nuestras cuentas obtengan sus conclusiones definitivas, exigirán recortes mucho más profundos del gasto y mayores sacrificios a los españoles. No sólo para mantenernos en el euro, sino para evitar que la quiebra de España arrastre al resto de las economías de la zona y produzca el impago de los 56.000 millones de euros que les debemos a esos "especuladores" norteamericanos tan malos que, cuando España iba bien, apostaban por comprar deuda española, y que cuando España ha perdido su crédito, a causa de las prodigalidades zapateriles, huyen llevándose su dinero.

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Así que ¡apriétense los cinturones! Porque la segunda tanda de medidas será la de subir los impuestos a los que aún tienen trabajo y aumentar los recortes no sólo para los que más tienen -que ya veremos si se atreven-, sino para la masa media de contribuyentes. Adiós, Pepe Ignacio, al Plan Canarias, como teme el presidente Rivero, quien ha recordado que hace tiempo avisó de que se deberían haber introducido medidas, como la del copago en la sanidad y en la educación, el aumento en la edad de jubilación, según qué profesiones, el cálculo de las pensiones sobre la cotización de toda la vida laboral...

Pero, sobre todo, Pepe Ignacio, hay que adelgazar la estructura del Estado autonómico, porque si no provocará una mayor crisis, y pasará como con el déficit y la deuda. Cuanto más se demore, más costará. España no puede permitirse estas taifas tan costosas que han disparado el número de funcionarios y roto la unidad nacional. Así que, como dijo Rajoy en su réplica a Zapatero en el Congreso, el pasado miércoles, la causa del descrédito de España es sólo de Zapatero. Si le queda un mínimo de ese sentimiento patriótico que él mismo reclama a otros, debería dimitir y dejar que otro convocara elecciones. O presentar una moción de confianza ya que su compra de las taifas impide que todos los nacionalistas que lo dejaron solito el miércoles sean consecuentes y ayuden a que una moción de censura abra el paso a otro presidente capaz de articular un Gabinete de unidad nacional para poner en marcha la reforma constitucional, que es necesaria para abordar no sólo la crisis económica, sino también la crisis social e institucional que Zapatero ha provocado.

Pero esa salida, como pasaría por reducir los nacionalismos, no se dará. Antes habrá provocaciones sin cuento y desestabilización, que es lo único que ha hecho el socialismo en España y en todo el mundo, provocando guerras civiles y mundiales con decenas de millones de muertos.

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Con Zapatero al volante, iremos dando tumbos, sufriendo los de siempre, los más débiles, recorte tras recorte que irán desmontando ese elefantiásico Estado del bienestar que provocó el espejismo de más de 7 millones de inmigrantes que no eran necesarios, y unas alegrías en el gasto que causaron el estupor de nuestros socios europeos. Especialmente cuando Zapatero se atrevió a pronosticar que superaríamos el PIB de Italia y Francia y seguiríamos en la "champions league" de las economías mundiales, y reclamaba una silla prestada en el G-8 y en el G-20. Ahora los que le admitieron de mirón, porque no se enteró de nada, le tutelan para que no les contagie. Y es que Zapatero, Pepe Ignacio, se ha convertido y nos ha convertido a los españoles en los apestados del mundo occidental.

Y ya va siendo hora de que los apestados se pongan en pie y reclamen las urgentes reformas que dinamicen el crecimiento económico y el empleo para hacer posibles esas contrarreformas políticas y sociales que son también urgentes. Es lamentable el eterno destino de esta España todavía invertebrada, que consume sus mayores energías en tejer y destejer los cestos para su pacífica convivencia.