AUNQUE muchos de nuestros dirigentes no lo sepan, la economía trata básicamente de buscar y poner en práctica la mejor política posible para conseguir el bienestar de las familias; en definitiva, de las personas. Otra cosa es perseguir lo crematístico, que suele estar más cerca de la riqueza y, por desgracia, suele ser un referente en las actuaciones de muchos políticos que no se dan cuenta -y si lo hacen, les da igual- de que a través del dinero, utilizándolo como único fin, se puede terminar destruyendo la economía y haciendo mucho daño a la propia sociedad.

Si nuestra economía fuera un reloj, y éste anduviera retrasado, los españoles -en realidad quienes lo eligieron y aún lo apoyan- han encargado su arreglo a un relojero ciego. ¿Que puede ser que lo arregle? Pudiera ser. Pero lo más probable es que necesitara de los ojos de otras personas para que le guiaran en su preciso cometido. El problema que tenemos los españoles con este relojero ciego es que entre sus asesores -666, el número de la bestia-, sus guías, el que más ve es, como mínimo, tuerto. Pero los españoles, que para esto de que nos tomen el pelo somos unos benditos pacientes, no terminamos de enterarnos de que nos encontramos inmersos en una situación económica y política excepcional y que, por tanto, necesitamos de personas responsables, honestas, entendidas, expertas… que nos guíen y, sobre todo, que tengan una visión amplia y diáfana de la realidad.

Pero me temo que tenemos un relojero que es un sinvergüenza. No sólo nos ha engañado durante años, mintiéndonos como a niños -también es cierto que cada uno tiene lo que se busca-, empeñado en hacernos creer que su ceguera era producto de la insidia de la competencia. Por otra parte, la mayoría estaba tranquila porque, aunque habían oído hablar de que existían personas, incluso sectores de la población que se encontraban seriamente afectados y dolidos, porque no sólo no le habían arreglado sus relojes, sino que, prácticamente, se habían quedado sin ellos y, por consiguiente, sin hora, los que así pensaban se consideraban afortunados porque permanecían tranquilos, ya que no eran sus relojes los implicados. Hasta que llegó el día en que todos los relojes se vieron afectados por la incompetencia visual del relojero; acabando los demás sectores de la población desasistidos, desesperanzados y, también claro está, sin hora.

La cuestión es que el tiempo de espera se ha agotado y la ausencia de medidas concretas siempre termina perjudicando a los más débiles de la sociedad; porque lo que es evidente es que el impacto devastador de esta crisis no ha afectado a todos por igual. Sin ir más lejos, a nuestro ofuscado relojero no le ha importado apretarles las tuercas a los más débiles recortando, en contra de su palabra y de su propio programa electoral, los derechos sociales más básicos; y se ha atrevido a hacerlo porque es consciente de que tiene comprados los votos de los más paniaguados, incluidos la patronal y los sindicatos. Sólo en el año 2009, los dos principales sindicatos que se dicen de izquierdas han recibido 193 millones de euros de los presupuestos; pero siendo esto grave, lo es más conocer que dicha cantidad es el doble que la del ejercicio anterior. Dinero al que, por cierto, hay que añadir las subvenciones de las distintas comunidades autónomas y las ayudas que reciben para dar cursos y para las diferentes fundaciones; que, en el caso de Canarias, y hablando de la UGT, su fundación Fundescan ha dejado a más de 160 camaradas-compañeros-trabajadores literalmente en la puta calle tras "desaparecer" o no saber "justificar" oportunamente más de 8 millones de euros. Aunque lo más peor, como diría el mago, es que aquí no pasa nada: las distintas instituciones -incluido el Cabildo, que es el que le otorgó la subvención- miran hacia otra parte evitando dar la cara y, por supuesto, evadiendo asumir responsabilidades; mientras los de la UGT ponen cara de pollaboba mientras silban "La Internacional".

Mientras existía bonanza, todos pusimos sordina al sentido común. Ahora, que ya no se habla de personas en el paro o de personas que pasan hambre, sino de familias enteras, nadie quiere asumir el compromiso de responsabilizar al relojero de lo que sucede e intentar que éste, si no se va, al menos nos dé la oportunidad a los demás de poder elegir a otro que, por lo menos, vea algo y que entienda lo que se trae entre las manos. Ya es hora de que alguien diga que el rey va desnudo -en este caso que el relojero está ciego- y que corremos el riesgo de que España se balcanice, si no lo está ya.

Antes de recortar derechos sociales, bien harían en comenzar la criba por arriba: miles de empresas públicas que esconden un clientelismo fiel que se lo están llevando crudo; televisiones autonómicas que enaltecen clarísima y carísimamente a los que están en el poder; policías autonómicas que parecen estar más al servicio del gobierno de turno que del ciudadano; sueldos millonarios de asesores que más que asesorar lo que hacen es adular babosamente a quienes les pagan; desmontar todo el tinglado superfluo de las distintas administraciones autonómicas, incluidos los coches oficiales, los continuos viajes al extranjero; las seudoembajadas; las costosísimas dietas, los escasos impuestos que pagan; las dualidades de sedes y cargos públicos; los gravosos alquileres de edificios y locales… En fin, que el relojero, al menos éste que padecemos, se nos ha convertido en un problema. Y, por cierto, tan responsable es él como todos aquellos que aún le siguen apoyando.

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