ÁNGEL Ripollés Bautista (Las Palmas, 1924) es abogado desde 1950, año en que se incorporó oficialmente al Colegio de Santa Cruz de Tenerife, aunque realmente su ejercicio de la abogacía había comenzado dos años antes, en 1948, en que prestó juramento de cumplir fielmente las obligaciones de la profesión ante el presidente de la Audiencia Provincial.

Desde 1948 es abogado, y en 2010 sigue ejerciendo la abogacía con la misma ilusión. Muy pocas personas en España y en el resto del mundo pueden decir lo mismo. Parafraseando la letra de un tango, podríamos decir que "sesenta años no es nada". Pero sesenta años en la vida de un hombre representan más de la mitad de su existencia física.

Durante ese lapso de tiempo ha sido tesorero del Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife, decano durante veinte años consecutivos (1975-1995), y desde 1995 es Decano de Honor.

También ha sido consejero del Consejo General de la Abogacía Española durante quince años, y durante el mismo plazo presidente de la misma durante otros doce años, por su condición de decano del Colegio.

Miembro de numerosas sociedades e institutos jurídicos, también forma parte de los Colegios de Abogados de Madrid, Las Palmas de Gran Canaria y Santa Cruz de La Palma.

Ha publicado en distintos medios numerosos artículos jurídicos y su faceta humanista se ha visto plasmada en la publicación del libro "Reflexiones dominicales", en 1997, en el que se recogen los artículos periodísticos publicados en EL DÍA donde sigue escribiendo en domingos alternos. Asimismo, es Premio Leoncio Rodríguez de Periodismo.

Está en posesión de la Cruz Distinguida de San Raimundo de Peñafort, de la Medalla del Libertador Francisco de Miranda (Venezuela) y de la Medalla de Plata con Ramas de Roble del Mérito al Trabajo.

Los Colegios de Abogados a los que pertenece le han concedido las siguientes distinciones: Colegiado de Mérito del Colegio de Santa Cruz de Tenerife, Medalla de Plata de los Colegios de Abogados de Madrid y Las Palmas de Gran Canaria y Medalla de Platino del Colegio de Abogados de Santa Cruz de Tenerife, que le fue concedida cuando cumplió cincuenta años de vida profesional ininterrumpida.

Ángel Ripollés es merecedor de todas esas distinciones y reconocimientos, por su valía profesional indiscutible, por su honestidad, por su hidalguía y por su caballerosidad. Pero, sobre todo, se distingue en Ángel Ripollés Bautista su medalla más preciada, que brilla sobre todos los honores que ha merecido: su inmensa calidez humana.

Tiene imitadores en sus discípulos, que han sido muchos a lo largo de estos 62 años, y en especial en sus cinco hijos, dos abogadas, Victoria y Eva, dos procuradoras, Beatriz y Marta, y su hijo Ángel, a punto de terminar la licenciatura en Derecho. A todos ellos les ha enseñado una manera de ser, un estilo y una forma de conducirse en la vida y de comportarse, como juristas y como personas, habiéndoles transmitido sus valores.

Ha sido y es una persona comprometida con su profesión, que es tanto como decir que es un servidor de la sociedad. Jamás ha caído en el desaliento, antes al contrario, ha fortalecido su vocación profundizando en su formación como jurista.

Durante bastantes de esos años he tenido el honor de compartir trabajo y vivencias con Ángel Ripollés y he podido comprobar la particular manera en que estas virtudes se encuentran presentes en él.

A modo de anécdota me permito citar una frase que suele estar presente en sus discursos: "en la soledad de mi despacho", para referirse a ese lugar de trabajo como el centro sobre el que gira gran parte de su vida, de sus pensamientos e ideas, donde prepara juicios y disertaciones, donde atiende a clientes, a compañeros abogados y, en definitiva, como fuente inspiradora de sus ideas y pensamientos.

El recordado periodista Ernesto Salcedo dijo un día queel tiempo retribuye generosamente a quien no lo pierde. Ángel Ripollés no lo ha perdido ni en su vida personal ni en su faceta profesional, haciendo bueno el aforismo de que, mientras el hombre ordinario se cuida de pasar el tiempo, al de talento sólo le preocupa emplearlo en el servicio de los demás, que es, en definitiva, lo que ha hecho este caballero del Derecho.

Ángel Ripollés ha pregonado con su ejemplo que la abogacía es un arte en cuanto son ilimitadas las posibilidades que deja a la aptitud creadora del hombre que la ejerce. El Derecho no es estático, ni se consume en las normas positivas que lo expresan. Que el abogado en el ejercicio de su profesión tiene un amplio campo de acción para crear Derecho, interpretar el existente y propiciar su mejoramiento, en cualquiera de los órdenes tan variados en los que puede ejercerse y desempeñarse. Y que la abogacía es la disciplina de la libertad dentro de un orden; como ética es un constante ejercicio de la virtud, decía Couture.

Por encima y más allá de otras opiniones está el hombre al que así vemos, el que con todos tiene y a todos dispensa un trato afectuoso, cordial y lleno de hombría de bien, exteriorizando siempre un profundo sentido reverencial en el cumplimiento de su deber, como abogado, como decano, como jurista, como persona.

Estas líneas escritas desde la amistad quieren ser un pequeño homenaje para Ángel Ripollés. A una vida consagrada al trabajo, al estudio y a la familia.