A INDEPENDENCIA es la situación de un país o nación que no está sometido a la autoridad de otro. Esta es una de las definiciones del término recogida en una enciclopedia que hemos elegido al azar. Veamos otra: "Libertad y autonomía de un Estado que no depende de otro". Pero autonomía en el sentido cabal del concepto, no la falsa autonomía con que ha dotado a Canarias la Metrópoli española, únicamente para perpetuar su dominación colonial. La independencia política supone para un país la capacidad de gobernarse por sí mismo, sin injerencias extranjeras. No es el caso de Canarias, donde cualquier chisgarabís peninsular -y más si es godo- impone aquí su santa voluntad. ¿De qué les sirve a las autoridades autonómicas canarias decir que gobiernan en las Islas? Ni deciden, ni mucho menos gobiernan. Son los políticos con asiento y mando en Madrid quienes determinan cuánto dinero nos dan para tal o cual proyecto, quienes nos imponen sus leyes a través de sus tribunales y quienes establecen con quién podemos relacionarnos, y con quién no, en la esfera internacional. En definitiva, fiscalizan y dirigen la vida de los canarios hasta reducirnos a meros esclavos administrativos.

SI pasamos al terreno económico, la independencia consiste en que cada nación se baste a sí misma, ya que es capaz de producir lo que necesita. Esta definición tenía algún sentido antaño, en la época en la que era posible la autarquía, si bien el concepto de un país completamente autosuficiente jamás ha llegado a materializarse. Hasta las tribus primitivas comerciaban entre ellas mediante el trueque. De esa forma, un grupo de personas obtenía de otro, o de otros, lo que no era capaz de conseguir por sí mismo, y viceversa. La idea moderna de independencia económica se sustenta en la capacidad de sobrevivir no con la producción propia, sino intercambiando comercialmente lo que se produce en el país con lo que se genera en otras tierras, de forma que al final la balanza quede equilibrada. Si no la balanza comercial, sí al menos el monto global de bienes y servicios intercambiados.

FORMULAMOS este planteamiento en nuestro editorial de hoy porque uno de los principales argumentos de nuestros detractores -es decir, de los enemigos de Canarias y amantes de la españolidad- es que estas Islas son incapaces de valerse por sí mismas. Cierto que actualmente no tenemos recursos naturales de tipo material -potencialmente, quizá si- que podamos vender a otras naciones para a su vez obtener de ellas lo que necesitamos; tanto lo básico para la subsistencia como todo aquello que aumenta nuestro nivel de vida más allá de esas necesidades mínimas. El nivel de vida que le corresponde a un país europeo y occidental, porque, aunque geográficamente somos una nación africana, nuestra cultura y nuestra lengua son europeas y occidentales, de la misma forma que pueden considerarse occidentales los australianos y neozelandeses pese a que están en las antípodas de Europa. Nuestros recursos materiales, como decimos, son escasos. En cambio, los derivados de nuestra situación geoestratégica, así como los que nos proporciona nuestro clima y nuestras bellezas naturales, son inmensos. Con frecuencia oímos hablar temerosamente de otros destinos turísticos que pueden competir con Canarias. Esa competencia es real y conviene que no nos durmamos en los laureles. Sin embargo, contamos a nuestro favor con un clima único en el mundo, amén de unas bellezas naturales igualmente sin igual en el planeta. Cada una de las islas de este Archipiélago tiene su propio encanto intrínseco. Todas salvo la tercera, aunque nos duela decirlo. El creador no ha sido generoso con Canaria, lo cual no impide que apreciemos a sus habitantes como nuestros hermanos que son. No podemos decir lo mismo de sus dirigentes políticos, a quienes detestamos por sus ínfulas de grandeza, por su soberbia, por haberle inculcado a la población la idea de que son grandes -no son canarios, como los demás, sino "grancanarios"- y, sobre todo, por seguir engañando a todos, a los isleños, a los españoles y, en general, a los habitantes de todo el mundo, anteponiendo el engañoso "gran" al auténtico nombre de una isla que -lo recordamos un día más- es la tercera en superficie, la segunda en población y la última en esos encantos naturales de los que hablamos. Canaria es el grano en la cara de este Archipiélago. Los dirigentes políticos de Las Palmas son los principales responsables de que sigamos sin acceder a nuestra independencia, a pesar de que avanza este año 2010 y, en consecuencia, nos acercamos al plazo límite establecido por el Comité de Descolonización de los Pueblos de las Naciones Unidas para que recuperen su libertad los países todavía sometidos, mediante la infame fórmula colonial, a naciones extranjeras.

VOLVEMOS a la independencia. A partir de 1810 España fue perdiendo, una a una, sus colonias americanas. Ese año se constituyeron en naciones independientes México, Colombia y Chile. Paraguay y Venezuela consiguieron su libertad en 1811. Argentina lo hizo en 1816. Perú, Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá, en 1821. Ecuador, en 1822. Bolivia y Uruguay, en 1825. Y Cuba, en 1898; el mismo año en que los españoles también fueron echados a patadas de Filipinas, dejando tras de sí tan mal recuerdo que ni siquiera la lengua castellana quisieron conservar los habitantes de esas lejanas islas, así como de Puerto Rico, que pasó a ser un Estado libre asociado a Estados Unidos. ¿Y Canarias cuándo?, nos preguntamos nosotros.

LA independencia de nuestras Islas debió producirse al mismo tiempo que la de Cuba y Puerto Rico. El almirante Pascual Cervera, al mando de la escuadra española que fue aniquilada en Santiago de Cuba un domingo de julio de 1898 mientras el Gobierno español asistía, en pleno, a una corrida de toros en Madrid, temía que los norteamericanos invadiesen Canarias después de apoderarse de la Gran Antilla. No fue así porque la diplomacia española movió sus resortes en las cortes europeas, fundamentalmente en la británica, para limitar sus pérdidas a las colonias americanas y asiáticas. Hoy esa misma diplomacia hispánica sigue moviéndose de forma sibilina para que la ONU no incluya a Canarias en la relación de países que deben adquirir su independencia de forma inmediata, porque ya estamos en junio y el plazo concluye el 31 de diciembre. Nos asombra la indolencia de los políticos canarios, especialmente la de aquellos que se autodenominan nacionalistas, ante este estado de cosas. ¿Para cuándo?, señora Oramas y señor Perestelo. ¿Cuándo van ustedes dos -el otro, el que está en el Senado, no cuenta- a ponerse de pie en el Congreso de los Diputados y proclamar que Canarias quiere recuperar la libertad que les fue vilmente arrebatada a los guanches mediante una conquista genocida? ¿No se dan cuenta ustedes de que el tiempo se les está escapando de las manos? ¿Quieren volver a su tierra como héroes, o ser despreciados, de ahora en adelante y durante toda su vida, como traidores políticos que defraudaron la confianza de los canarios que les dieron sus votos?

APROVECHAMOS estas últimas líneas para mencionar un asunto de actualidad a lo largo de la última semana: las disputas entre José Manuel Soria y Paulino Rivero. Tanto el vicepresidente como el presidente del Gobierno de Canarias son hombres que luchan por su tierra de la mejor forma que saben. No obstante, y ahí radica la principal diferencia entre ambos, el señor Soria está sometido a los dictados de la dirección nacional de su partido. Una formación que vela, como es lógico, por los intereses españoles. En cambio, Rivero es el líder actual de una fuerza nacionalista sin otro mandato que el de sus propios votantes; es decir, sin tener que someterse a otro dictado que el de los canarios. Sabemos que el presidente del Gobierno regional debe adoptar hoy por hoy una actitud comedida en virtud de su cargo y también de sus circunstancias políticas. No obstante, también sabemos que es un auténtico patriota; un verdadero independentista que, llegado el momento, sabrá dar el ineludible paso al frente.