CUANDO una representación hace que el público no quiera levantarse de la butaca a su término es porque algo grande ha sucedido, y son contadas las ocasiones en las que se puede decir que la función salió "redonda". Así ocurrió el sábado día 5 de junio con esta opereta en el teatro Guimerá, en la que las ovaciones fueron interminables y el público fue complacido con la repetición de estrofas. Esta obra del maestro Vicente Lleó, estrenada en 1910, sigue tan fresca como entonces, y el espectador se sumerge en una música chispeante, alegre, divertida y jocosa que permite la introducción de guiños cinéfilos para completar los ingredientes pícaros de sus números musicales.

Curiosamente, de esta obra no se han grabado buenas versiones discográficas o de vídeo que llamen mucho la atención; hay interpretaciones muy antiguas, y si la revisión de la obra que se representó el sábado fuese editada, estoy completamente seguro de que sería un exitazo.

Es difícil resaltar lo que más gustó. Fue un gran conjunto de buenos intérpretes, gran escenografía, vistoso vestuario, atrezzo apropiado, estupenda coreografía, buen nivel de coro y magnífica orquestación. Entre los intérpretes, la aparición de la joven canaria Marta Bolaños, como Sul, fue impactante. Su primera inmersión en el género fue un rotundo éxito, claramente avalado por una belleza serena y una voz justa y perfectamente encajada en la partitura. Su "¡Ay! Ba, ¡Ay! Ba, ¡Ay, Babilonio qué mareo!" dejó al público embelesado por su dulzura y sensualidad. Fue un regalo para los sentidos.

El incombustible Carlos Durán, con su doble trabajo, fue otro de los ovacionados. Realizó una magnífica dirección de escena, e interpretó un simpático Casto José. Es un artistazo, con gran creatividad, enormemente ingenioso y muy cuidadoso y detallista con su trabajo. Sobresaliente.

Doble cometido realizó también Jorge Rubio, pues, además de llevar la dirección artística del Festival desde sus inicios, es el responsable de todo el montaje, la elección del elenco y de dirigir la función musicalmente desde el foso. Es un maestro de sobra conocido y muy responsable con su trabajo.

Todos destacaron en algún momento. Francesca Calero, en su papel de Lotha, llevaba el peso de la obra; Eduvigis Sánchez, otra belleza canaria, que siempre paseaba a su lado con Raquel; una gran Reina, la interpretada por Cristina Farrais; y tres estupendas viudas las de Noelia Guidi, Tairuma Méndez y Carmen Negrín. En los roles masculinos estuvieron: Javier Jonás como el Faraón, que se crece en escena; un gracioso Copero Real de Joel Angelino; y muy simpáticos la pareja de ayudantes del general, Selhá y Seti, de Enrique Román y Rucaden Dávila, todos de la tierra. Muy especial fue también la actuación del Putifar de Antonio Torres, un barítono sobrado; y una revelación escuchar la voz del barítono polaco, residente en Tenerife desde hace tiempo, Radoslaw Wielgus, como el Gran Sacerdote. Coro y orquesta titulares, muy conjuntados, pero merece especial mención la coreografía de Charo Febles, también de la tierra, al frente de su conjunto de bailarinas.

Fue una noche para enmarcar, por lo que hay que felicitar a la Asociación Amigos de la Zarzuela de Tenerife y sus dirigentes, que con su tesón no olvidan que el público que llenaba la totalidad del aforo de un remozado teatro Guimerá los necesita.