MIENTRAS la inmensa mayoría de la población anda jodida debido principalmente a una peligrosa, por contagiosa, desazón que la ha invadido sin miramientos, subvirtiendo de pronto su apreciado Estado del bienestar, y poniendo patas arriba la calma chica de una sociedad lanar que se creía inmune a toda posibilidad de esquila, las clases políticas, formadas en su mayoría en la ideología del despilfarro y la picaresca, continúan haciendo hincapié en que la poda de los derechos sociales, el recorte de los compromisos adquiridos y la ruptura de la palabra dada es, en todo caso, un mal menor que se ven obligados a llevar a cabo "exclusivamente" por el bien de dicha sociedad.

Y mientras las rosas centenarias del socialismo actual se han convertido con el tiempo en espinas envenenadas que han formado un muro de recelos, que a base de pinchazos y de sangre han servido para conocer el verdadero cariz sectario de quienes argumentan con displicencia y orgullo que las quejas generalizadas y los sentires públicos sobre lo mal que lo estamos pasando por culpa de unos irresponsables políticos, que son incapaces de tomar decisiones o, al menos, dejar que otros con algo menos de indigencia moral, cultural y política que ellos lo hagan, no deja de ser una mera percepción de una sociedad que no es capaz de reconocer el "esfuerzo" y el "sacrificio" que ellos llevan a cabo por nuestro bien.

Eso que ellos, los elegidos para el servicio a la comunidad, llaman, efectivamente, percepción no deja de ser una cierta sensación térmica que nos avisa, irremediablemente, de que estamos jodidos; y lo estamos, principalmente, debido a una preocupante falta de confianza política, económica, financiera, moral, laboral, judicial…, que nos mantiene frustrados, desesperanzados, cabreados… ante la solicitud y la presencia desmedida, obscena, diría yo, de un gobierno que nos pide que sonríamos de buena fe mientras nos está pidiendo, exigiendo abiertamente que, prácticamente, pongamos la cama.

No hay nada como la sinceridad de un gobierno que esconde su incompetencia en una problemática global que nos afecta a todos -aunque evidentemente no a todos por igual-, pero que intenta vendernos por todos los medios -una verdad descarnada, que ellos mismos se han encargado de descontextualizar-, arropándola bajo el lema marxista de a mal de muchos consuelo de tontos; aunque el tiempo se les está agotando y continúan sin tomar decisiones que corrijan de una vez por todas los enormes desequilibrios sociales que padecemos y, de camino, se atrevan a llevar a cabo una verdadera revisión del modelo autonómico actual, que nos conduzca a racionalizar, de una vez por todas, la Administración; cercenando, directamente, todo el embrollo excesivo que apareja el Estado de las Autonomías.

No nos queda nada: se han preocupado de lo suyo -o mejor sería decir que no se han preocupado de lo nuestro-; han dejado echar a perder los principales sectores productivos del país, comenzando por la construcción, pero también el turismo, la automoción, la energía, el sector agrícola, el ganadero… Mientras tanto, una izquierda liderada por millonarios de postín y tirititeros subvencionados apoyaba a un líder mesiánico que creía ver su oportunidad de cambiar un régimen que, según él, permanecía oscurecido por la sombra de un viejo dictador que se había atrevido, varias generaciones atrás, a bailarles el agua. Y mientras dedicaba su tiempo a tensar la cuerda de las dos Españas mediante debates rupturistas y necrófilas leyes sectarias, la crisis económica se expandía por las costuras de una sociedad que prefería vivir del recuerdo de una bonanza imaginaria que le había secuestrado el sentido común.

Pero la realidad siempre se impone, sobre todo cuando ésta termina causando un efecto devastador en las personas y en las haciendas, pero también en la confianza y en la credibilidad de una sociedad que no ha sido capaz de elegir a la persona adecuada para liderar uno de los momentos más críticos de su historia. Ahora, cuando la necesidad aprieta -en realidad lo hacen desde fuera-, todo son prisas para en pocos días llevar a cabo lo que no se ha hecho, o no se ha querido hacer, o no ha sabido hacer en su momento. Y, claro está, las tijeras se ponen en marcha de abajo arriba, como siempre, recortando derechos sociales y laborales, salarios, pensiones, ayudas…; a los más débiles de la sociedad que asisten impávidos, solos, sin el respaldo de los sindicatos -comprados descarada y vergonzosamente por el Gobierno-, a su propia expropiación moral, política, económica, religiosa y cultural.