A ESTAS alturas, no sé cuántas veces he escrito sobre el tranvía. Si sé, sin embargo, que continuaré escribiendo sobre este medio de transporte durante mucho tiempo, pues lo que ha significado su instalación para los municipios de Santa Cruz y La Laguna no se puede resumir en un artículo de folio y medio. Dentro de unos años, diez o quince, tendrá que ser alguno de nuestros cronistas-historiadores quien escriba un libro analizando de manera pormenorizada el nacimiento de la idea, así como la gestación y cristalización del proyecto. Del mismo modo que muchos chicharreros tenemos en nuestra pequeña biblioteca algún libro sobre el viejo Santa Cruz, el del tranvía figurará también en ella por derecho propio.

He dicho que continuaré escribiendo en el futuro sobre el tranvía no sólo por él, sino porque ha sido el germen que ha hecho posible los estudios que ha emprendido el Cabildo tinerfeño para la implantación de los trenes en el territorio insular. Sólo de pasada, como si el asunto careciera de interés, he leído algunas referencias sobre los puestos de trabajo que ha generado, lo cual resulta sorprendente pues son bastante numerosos. No se trata solamente del personal que vemos en los vagones -conductores, inspectores, personal de limpieza-, sino también de los que tienen a su cargo el mantenimiento de las vías, los mecánicos, los administrativos y otros muchos puestos de trabajo indispensables para el buen funcionamiento del servicio.

Lógicamente a nadie le gusta que el precio de los billetes del transporte público aumente a cada momento. Comprendo que Metropolitano está participada por varias entidades y que éstas han entrado en ella para lograr beneficios, así que en este sentido deberá ser el Cabildo quien ponga freno a las posibles exigencias de sus socios. Sin embargo, a nadie se le escapa que en el precio del billete influyen una serie de circunstancias en muchos casos ajenas a la voluntad de quienes deben decidirlo. Son quizá los más importantes los costes salariales y el de la energía, aunque no son desdeñables los que comportan el mantenimiento. Si cualquiera de estos elementos aumenta de modo desproporcionado su efecto tendrá que verse reflejado en el precio del billete. Resulta obvio, en consecuencia, que uno de los objetivos de la sociedad debería ser la disminución de gastos, sobre todo aquellos que resultan superfluos. El problema está en averiguar cuáles son estos.

Ya desde que leí las primeras informaciones sobre el sistema tranviario que se proyectaba para unir Santa Cruz y La Laguna me sorprendieron las que mencionaban "los espacios verdes". Confieso que, al principio, sin planos a la vista no pude entender lo que se proyectaba, aunque cuando un amigo me informó de ello me pareció una gran idea. El propósito de los proyectistas, según me dijo, era integrar el viario en la ciudad, no hacer monótono su tendido, y para ello nada mejor que "manchar" de verde su recorrido. La verdad sea dicha que la idea fue acertada y toda la ciudadanía la ha considerado así, pero está claro que todo en la vida tiene sus pros y sus contras: nadie a la hora de plantar el césped se percató de que en una ciudad como la nuestra, con tanta pendiente, tanto aquel como la capa de tierra que lo asienta no podría resistir una gran avenida; como así, desgraciadamente ha sido.

Hay que darse cuenta de lo que ha supuesto para Metropolitano la reparación de los daños ocasionados por las últimas lluvias torrenciales que ha sufrido la capital, las del 1 de febrero. De hecho, podemos comprobarlo cuando queramos, aún están sin arreglar muchos lugares del recorrido, pues el agua no sólo se llevó el césped y la capa de tierra sino también el picón que cubría las traviesas. Lo triste, a mi modo de ver, es que volverá a ocurrir. Puede ser dentro de un año, o de dos, o de tres, pero los efectos del cambio climático que se está produciendo acabarán afectando de nuevo a las islas. Lloverá, y no servirán de nada las barreras, azudes o aliviaderos que se instalen: al final, las fuerzas de la naturaleza reclaman lo que es suyo, de modo que la situación pasada se reproducirá.

No pretendo con este comentario pedir a los responsables del mantenimiento del viario que quiten el césped, pero sí que estudien otra solución que no resulte tan costosa. Quizá en ciudades con calles que no tengan tanta pendiente la solución que aquí se ha empleado viene como anillo al dedo, pero no en Santa Cruz. El espacio entrevías creo yo que debería ser sólido -o al menos compactado- para evitar su desaparición llegado el caso. Cuando se tendió la segunda línea entre La Cuesta y Tíncer se utilizó en una zona césped artificial. No sé el resultado que dio porque no me he fijado, pero si al final se optó por plantar el natural quizá sería cuestión de reconsiderar la decisión. Otra solución podría ser utilizar las dos alternativas, césped natural en las zonas planas y artificial en las pendientes. En fin, la sugerencia está hecha, de modo que ahora deben ser los técnicos quienes decidan lo mejor, aunque yo, si se me preguntaran -y nadie lo va a hacer-, me inclinaría por el artificial.