LOS ARTÍCULOS como este suelen comenzar con una especie de salvoconducto advirtiendo que los jueces, como personas que son, están sujetos a errores, aunque la Justicia posee sus propios mecanismos correctores. Chorradas. No los mecanismos correctores de la Justicia, por supuesto, sino la banal cura en salud -el enjabonado previo al afeitado o la vaselina para lo otro- antes de comentar algo, sólo algo, que pudiera considerarse meramente negativo sobre los señores que dictan sentencias. Los jueces no son mejores ni peores que los demás mortales, y punto.

Hace bastantes años, cuando pese a que había transcurrido cierto tiempo desde el inicio de la transición todavía se oían ruidos de sables, el Rey Juan Carlos les dirigió una alocución, aprovechando un acto castrense, a los oficiales jóvenes. Los oficiales jóvenes eran los más inquietos dentro de un Ejército que aún despertaba inquietudes en una ciudadanía que no terminaba de creerse que el asunto democrático fuese en serio. El Monarca les habló de la disciplina. "Una orden errónea -manifestó- se puede corregir con otra acertada. La desobediencia es lo que no tiene arreglo, pues reduce al nivel de inservibles tanto las órdenes correctas como las equivocadas".

Supongo que con las sentencias judiciales, incluso las que emite el Tribunal Constitucional, sucede lo mismo. Una sentencia errónea es susceptible de subsanarse con otra buena, si ha lugar; quiero decir siempre que no se haya agotado la vía de los recursos, lo cual tampoco es malo pues todo proceso ha de tener un fin. Por eso, sin evaluar la sentencia del TC sobre el Estatuto de Cataluña, me sorprenden las reacciones de algunos políticos. En concreto la de personajes como el presidente de la Generalidad, José Montilla, y el de CiU, Arturo Mas; Artur -es decir, Arturo sin la o final- para los que saben hablar catalán sin saberlo, tipo José María Aznar y otros. Ambos los dos -o ambos dos, o simplemente ambos, como debería decirse y escribirse- han prometido solemnemente defender la dignidad catalana frente al Tribunal Constitucional.

Realizar algo de forma solemne significa hacerlo de manera pública y con pompa o ceremonia extraordinaria, si bien el término también se utiliza para aquello que se celebra una sola vez al año. Ojalá los citados ambos dos se limitaran a rayar el disco una sola vez al año. Me temo, empero, que van a ser un tanto reiterativos sobre la susodicha decisión.

De Montilla, poco que decir. Montilla es un charnego, dicho sea sin la acepción despreciativa que le confiere a esta palabra el diccionario de la Real Academia; en definitiva, como definición de una persona que vive en Cataluña procurando que no se le note su procedencia foránea. Algo que lo obliga a ser más catalán que los propios catalanes. Arturo Mas, en cambio, es un catalán de origen y también, cabe suponer, un político serio. O al menos lo era, considerando que la seriedad debería impedirle vincular la dignidad a las sentencias contrarias a sus intereses políticos; a su futura poltrona, si es que la consigue, vamos. Si el TC, o cualquier otro tribunal, es digno o decente en función del pronunciamiento de sus miembros sobre cada asunto que llega a sus manos, ¿a qué nos atendremos en el futuro para dirimir conflictos de cualquier tipo? ¿A los tiros? ¿Qué nos recuerda todo esto?