LA VERDAD es que nunca había visto tantas banderas españolas. El fútbol es el deporte más seguido en casi todo el planeta, tanto que si ahora aparecieran unos supuestos extraterrestres les pediríamos un partidito a ver qué grado de desarrollo tenían. Pobres lagartos, como los coja Pedrito, waka, waka. Las pasiones que se mueven a su alrededor son brutales y de esto sabían mucho las dictaduras, como las de Videla, en Argentina, socorrido quizás durante un periodo por los goles de Kempes contra la Naranja Mecánica, o la de Francisco Franco, agarrado como una lapa en sus primeros tiempos a los éxitos del ReaL Madrid. ¡Franco! ¡Franco!...

Quedé con unos amigos para ver el partido contra Alemania en La Laguna, con una niebla de mil demonios tipo Londres. Me encontré por Heraclio Sanchez -una de las cunas de los movimientos reivindicativos del nacionalismo canario con acumulaciones de jóvenes que buscaban pasar un rato emocionante o divertido. En la tónica de la actualidad, nos apuntamos a un bombardeo con tal de salir del competitivo o monótono presente, lo mismo da Halloween que las hogueras de San Juan o Shakira, que es una cantautora y productora colombiana de las más grandes en el género pop rock. Lo dice ella misma: "Waka waka eh, eh; Tsamina mina sangalewa; Anawa aa; Tsamina mina eh, eh; Waka waka eh, eh; Tsamina mina sangalewa; Porque esto es África; porque esto es África". Y tanto que lo es, lo bueno es que también es Europa y también América, con tres cabezas visibles, la captura del can Cerbero vivo en las islas Afortunadas fue el duodécimo y último trabajo expiatorio exigido a Heracles (Hércules). Con la configuración y la forma que se cuadre, Canarias es un país tritestas.

Cuando el ascenso del CD Tenerife las banderas con las siete estrellas inundaron el recorrido, los puentes y las calles desde el aeropuerto hasta el centro. Por ejemplo en este caso de ahora vi en la tele que la victoria de La Roja se celebró masivamente en Pakistán, con coches pitando por las avenidas y la gente con chilabas alteradas, aunque no se puedan hacer extrapolaciones porque esto es fútbol, júbilo y jolgorio. Ahora también nos alegramos y aunque Alemania no pareció el ogro que se suponía, la dinámica es ascendente y el campeonato del mundo se toca con el rejo de un pulpo, El pulpo "Paul", al que los germanos han amenazado con guisar vivo y comerse con papas arrugadas. Hay incluso un político que, emulando a la orca de la película "Salvar a Willy", ya ha lanzado el grito de "Salvar a Pablo" para que no tomen represalias cefalópodas los teutones.

Existen tres características que siempre merecen el máximo respeto, las tenga quien las tenga. Sacrificio, categoría y humildad. En el partido ante Paraguay, D. Pedro Rodríguez Ledesma se escoró a la derecha ante la entrada en eslalon gigante de Iniesta y le mandó el tremendo misil a aquel poste que parecía el suyo de Abades. Pumba. Ante Alemania su titularidad quedó bien justificada y, tocándolo todo, mereció esa ambición que lo hubiera llevado al gol.

Hablar de Pedro es hablar de los cientos de miles de jóvenes que en las Islas tratan de abrirse paso en los desafíos de este mundo actual. De todos aquellos que se esfuerzan y que se sacrifican persiguiendo sus objetivos y que no siempre cuentan con caminos de igualdad. Quieren oportunidades para demostrar que son tan válidos como cualquiera. Hablar de Pedro es hablar de sacrificio, categoría y humildad, la característica que define a una persona modesta, alguien que no se cree mejor o más importante que nadie y en ningún aspecto. Es la ausencia de soberbia. Nietzsche escribió sobre la humildad como una debilidad, una falsa virtud que escondía las decepciones en su interior. Mahatma Gandhi sugiere que la verdad sin humildad es corrupta y deviene en caricatura arrogante. La humildad es una virtud central en el taoísmo. La frase siguiente describe cómo debería entenderlo una persona de acuerdo a las enseñanzas del Tao Te Ching (77.4)" Una persona sabia actúa sin proclamar sus resultados. Archiva sus méritos y no se queda arrogantemente en ellos, no desea demostrar su "superioridad".

La globalidad y la modernidad con sus impulsos comunes tienen también que permitir reivindicar nuestra forma o manera de ser y el sitio en el mundo que nos corresponde.