HACE tiempo, algo así como veinte años, comenzó a circular por las redacciones de los medios de comunicación el consejo de no publicar noticias sobre suicidios. Dentro de mi ámbito profesional, el primero en aplicar tal medida a rajatabla fue un antiguo director de este periódico, si bien en otros diarios se siguió el mismo criterio de autocensura. De hecho, hoy es raro encontrar este tipo de informaciones en las páginas de sucesos, salvo que la víctima fuese una persona ampliamente conocida antes de incurrir en la lamentable -y cobarde- decisión de quitarse la vida.

Siempre fui escéptico sobre la efectividad de estos silencios informativos. Fundamentalmente porque pensaba que quien está dispuesto a cambiar de mundo por la acción de su propia mano, digámoslo así, no pierde el tiempo en leer el periódico por la mañana -o ver el telediario del mediodía- para hacer acopio del arrojo necesario con el ejemplo de alguien que lo ha precedido, además exitosamente, en tal empeño. Cierta conversación casual con una psiquiatra me hizo cambiar de opinión. Ciertamente, existen evidencias sólidas de que la publicación de suicidios anima a suicidas en ciernes.

No obstante, admitiendo que esto sea así, queda sobre el tapete la discusión del derecho que tiene a estar informado aquel que nunca se va a suicidar. Una condición de normalidad mental que afecta a la inmensa mayoría de la sociedad. De otra forma, hace tiempo que nos habríamos extinguido como especie. Pese a todo, podemos hacer una excepción con los suicidios. ¿Y con la violencia machista? Pues parece que de los casos de homicidios y asesinatos en el seno de las parejas -a ver si alguien termina de enterarse que no es lo mismo un homicidio que un asesinato- tampoco será conveniente informar a partir de ahora. Al menos eso es lo que propone la consejera de Bienestar Social del Gobierno de Canarias, Inés Rojas. Tan convencida está de la bondad de esta medida, que quiere sugerírsela a la ministra de Igualdad -esa lumbrera de impagable genialidad llamada Bibiana Aído- en una reunión con todas las comunidades autónomas. Por cierto, escribo violencia machista, doméstica o en el seno de las parejas porque me niego a cometer la aberración, aunque sea sólo un descarrío gramatical, de emplear la expresión "violencia de género".

Bueno, ¿y por qué sólo los casos de mujeres muertas a manos de sus maridos, novios, amantes, convivientes o simplemente compañeros ocasionales? ¿Por qué no renunciamos también a publicar las noticias de atracos a mano armada, las de accidentes de tráfico con víctimas mortales, los apuñalamientos a las salidas de las discotecas por un quítate tú para que pase yo, los secuestros, las violaciones, los abusos a menores y hasta los atentados terroristas con casi doscientos muertos para que nadie, por ejemplo, aproveche la consternación de todo un país y gane unas elecciones contra pronóstico? Me pregunto si ese silencio informativo, extendido a cuantos temas escabrosos sean precisos, acabaría con los principales problemas de esta región, de este país y hasta de este planeta. Temo que la respuesta, evidentemente, es no.

Lo que pretende Inés Rojas con esta absurda actitud del avestruz, lo que intenta la inefable Aído y algunas y algunos más, es enmascarar un lacerante fracaso: el de la inservible y asimétrica Ley contra la violencia machista de López Aguilar. Sin embargo, las ineptitudes se resuelven con dimisiones, no poniendo vendas en los ojos de los ciudadanos para que, cegados ante la realidad que los rodea, piensen que viven en un mundo feliz.

rpeytavi@estrelladigital.es