1.- He participado de la quietud de una madrugada en Candelaria. Los guanches, la Luna y el mar, en cuarto menguante el satélite y el cielo tan limpio que parecía un espejo. Las estatuas dan la espalda a la espuma y la Patrona, la Virgen pequeña y morena, está dentro de la enorme casa que le construyó EnriqueMarreroRegalado, que siempre puso una torre en sus obras maestras. Cuánta escuela, y qué buena escuela, creó el arquitecto sureño, una de las glorias canarias menos conocidas y estudiadas. Me ha dicho JuanitoDavó, su discípulo, que Marrero conocía perfectamente la piedra, la madera, todo lo que utilizaba en sus creaciones, y que era un estudioso del entorno. Es bonito el conjunto de la plaza, cuya quietud turba el quejido de la cadena de una bicicleta y el silencioso andar de un perro zato. Un bocadillo de carne mechada, engullido en el banco de madera, y el mar que acaricia muy levemente la arena negra de la playa. La misma arena que pisó la Virgen, en el cercano Socorro, donde dentro de unos días será honrada la Madre de Dios. RigobertoDíaz, galeno y güimarero, leerá el pregón. Y qué pregón.

2.- La ruta del peregrino, por la carretera vieja del Sur, es ahora un camino iluminado, sobre todo cuando el andariego entra en el término candelariero. El trayecto, desde el final del término de Santa Cruz, se cubre en tres horas y media, a buen ritmo. La Fuente de los Peregrinos es mejor no tocarla porque está cubierta de nata y de envoltorios de helados que los niños convierten en barquitos infames. Los bares de la plaza cierran tarde y una vieja bajita y charlatana pasea a "Linda", una perra confianzuda, por la plaza de la basílica. Mengua la Luna allá arriba y el cielo permite ver el infinito. El mar se ha hecho azul oscuro y ondea suavemente, apenas se mueve en uno de esos extraños días en que el océano no ruge en Candelaria. Hace calor, 28 grados.

3.- Los enamorados se acurrucan en la arena, aprovechando la calma; el padre JesúsMendoza duerme en su habitación. Es el mejor amigo de la Virgen. Lo ha sido desde hace muchos años. Qué persona tan encantadora, no parece canarión. El reloj de la torre está iluminado y se ve desde muy a lo lejos, aunque yo lo hubiera encargado mayor. Las puertas de la basílica están cerradas. Va gente a tocarlas, como un saludo lejano a la dueña de la casa. Hay tanta paz. Disparo mi cámara para retratar la hidalguía y la nobleza de Bencomo. Entra mucho más la madrugada. Me voy a casa.

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