ME REMITE un lector una carta en la que se formula a sí mismo varias preguntas relacionadas con la reciente visita a Canarias del embajador de Estados Unidos en Madrid. Intuye que el interés de los gringos por invertir en este Archipiélago se circunscribe a una sola isla: la llamada Gran Canaria, aunque desde que vestía pantalón corto siempre me he referido a ella, al igual que cuantos me rodeaban en el Puerto de la Cruz, como Las Palmas. Sea como sea, me recuerda -y nos recuerda a todos- mi comunicante que es en la isla redonda donde tiene su sede el consulado general de Estados Unidos, amén de la Cámara de Comercio Americana en Canarias. Señala igualmente que Juan Verde, uno de los principales asesores del presidente norteamericano para asuntos económicos, es de Telde. Que el señor Verde sea todo lo que él mismo dice ser lo pongo en duda -y no soy el único-, pero ciertamente es de Telde.

Añade el mencionado lector que es en Las Palmas donde el embajador de Estados Unidos ha visto infraestructuras mucho más desarrolladas que las existentes en Tenerife. Empezando por el puerto de la Luz, que es un puerto de verdad y no ese embarcadero de paquetería en el que poco a poco, y con la ayuda alborotadora de algunos señores que van mucho a Las Palmas, se está convirtiendo el puerto de Santa Cruz. Se pregunta asimismo el autor de la misiva qué utilidad tuvo, en la práctica, la visita a Tenerife de Bill Clinton cuando ya no era presidente. Pregunta que también me planteo yo mismo, al igual que muchos. Según este lector, sirvió para jugar al golf en un hotel privado. ¿Y para qué si no? Hasta feo hubiera estado que en una isla de señoritos hubiesen llevado a Clinton -Bill el escurridizo lo llaman unos amigos que sigo teniendo en Arkansas- a ver obras. De milagro no lo invitaron a tomar un güisqui en el Club Oliver o en el Casino de los Caballeros. Los negocios, como los inventos, que los hagan otros; verbigracia, nuestros queridos y entrañables hermanos grancanarios, que para eso son grandes. Y luego nos quejamos de que las cosas nos vayan como nos van.

Añade este lector que hasta el consulado de Senegal está en Las Palmas. Y el de Mauritania; faltaría menos. Para volar a esos países, como a cualquier otro de África -Marruecos, sin ir más lejos- primero hay que desplazarse a Las Palmas. Sobra añadir que la Casa África también está en Las Palmas. Antes de terminar su carta formula este apreciado comunicante otra pregunta más: ¿de qué sirven las amistades norteamericanas que dice tener el presidente del Cabildo de Tenerife? Las americanas, si es que de verdad las tiene, no lo sé. Las de Madrid, en el supuesto de que también posea buenas relaciones en la Villa y Corte, parece que tampoco le son de gran ayuda, habida cuenta de que, según leo por ahí, el escáner de mercancías de Santa Cruz no estará instalado, si es que algún día lo está, hasta 2011. Por lo tanto, ignoro cómo puede ser Tenerife, y no Las Palmas, la puerta africana de los yanquis. En todo caso, la puerta de atrás.

En fin, me pide el lector que ponga a caer de un burro a mi tocayo el señor Melchior. Tampoco es eso, caramba. Don Ricardo no es una mala persona sino todo lo contrario: un hombre bueno. Lo malo es que a los hombres buenos suelen comérselos los cocodrilos -o los tiburones- de un solo bocado.