DADME un punto de apoyo y moveré el mundo. Es esta la famosa frase achacada a Arquímedes, el gran matemático griego, aunque me parece una presunción gratuita, sin base que lo justifique. Si a uno se le ocurre acceder a la Red y demanda información sobre las frases célebres que se han pronunciado a lo largo de la Humanidad, nos quedaremos asombrados de su número. Lo mismo ocurre con los calendarios, las agendas y los diarios: casi todos nos ofrecen sentencias más o menos intrascendentes, si bien muchas de ellas encierran un mensaje que pretende ser una enseñanza.

Lo curioso es que casi todas las frases, según afirman los medios que las difunden, han sido pronunciadas por conocidos escritores, músicos, pintores, políticos o personajes de cierta relevancia, con lo cual es preciso pensar que detrás de cada uno de ellos, en el momento de "alumbrarlas", había un amanuense atento a sus palabras y dispuesto a recogerlas para darlas a conocer a la posteridad.

La frase con que comienza este artículo, como otras, seguro que no fue pronunciada por Arquímedes. Sin embargo, adquiere más fuerza la opinión de un Einsten, un Newton o un Pasteur que la emitida por un ciudadano normal. El prestigio de los primeros, su experiencia en muchos casos, hace que las consideremos verdaderas y achacables a sus presuntos autores.

Pero dejando a un lado su autoría, lo cierto es que algunas nos ayudan a discernir y resolver cuestiones que a veces nos preocupan; y si no a resolverlas sí al menos a interesarnos por temas cuya trascendencia se nos escapa. Que es precisamente lo que me ha pasado hoy al leer en un libro la frase achacada a Arquímedes y aplicarla a nuestra isla, a Tenerife. Teniendo en cuenta la coyuntura que atravesamos -social, política y económicamente-, ¿cuál debería ser el punto de apoyo capaz de impulsar el desarrollo de nuestro terruño para no ver el porvenir tan lleno de nubarrones? Veo, y cualquiera puede apreciarlo si atiende a lo que se recoge en los medios de difusión, que la situación económica actual es tan delicada que nos impide vislumbrar el final del túnel. Durante muchos años se nos permitió vivir en un ambiente esperanzador, con un turismo boyante -más de diez millones de turistas visitaban el archipiélago-, una actividad constructora imparable, unas obras públicas con objetivos cada vez más arriesgados -segunda pista en el aeropuerto Reina Sofía, puerto de Granadilla, vías de circunvalación en varios municipios, acondicionamiento de Las Teresitas...-, hasta que de pronto, no digo que inesperadamente puesto que muchos ya lo intuían, todo se ha ido al traste, se ha desmoronado como un castillo de naipes, dejándonos como al conductor de un vehículo que llega a un cruce y no sabe qué camino tomar.

La situación no puede ser más crítica. Bien es cierto que la Humanidad ha vivido en el pasado situaciones similares -bancarrotas, recesiones, quiebras-, pero hemos de reconocer que ninguna ha sido como la que ahora vivimos. Es éste, a mi parecer, un tiempo de decisiones, de medidas expeditivas que levanten el ánimo de todos, empresarios y trabajadores, que actúen como revulsivo ante una situación que se nos antoja única y complicada. Cierto que las autoridades se afanan en buscar caminos alternativos -actuaciones para captar más turismo, promoción de la zona ZEC, incentivos a la industria, ayudas millonarias a la agricultura...-, pero sin pretender descalificarlas existe en la población una falta de ilusión que, ojalá me equivoque, no va a permitir que se consigan los objetivos perseguidos; no bastan unos euros para darles trabajo a unos cuantos durante unos meses. Se necesita, parodiando a Arquímedes, un punto de apoyo para relanzar nuestra economía, tradiciones y sentido de la vida. Entiendo que son estas frases huecas, ampulosas si se quiere, difíciles de llevar a la práctica debido a la indiferencia que a todos nos embarga -más que indiferencia diría yo pasmo pues nadie esperaba lo que está aconteciendo-, mas intuyo, insisto, que algo tendrán que hacer quienes nos gobiernan para devolvernos la ilusión a fin de que podamos abandonar el pozo donde vivimos paralizados.

Como ven, mis queridos lectores -es posible que algunos, ilusamente, hayan pensado que tenía una propuesta, una varita mágica, para resolver la situación-, dejo la cuestión en el aire. Una vez más manifiesto y reconozco mis limitaciones para enfrentarme con el problema que a todos de alguna manera nos embarga, aparte de que si tuviera algunas ideas en ese sentido me cuestionaría mucho plantearlas: está visto que en nuestra sociedad, en nuestra p… sociedad isleña, y resulta triste reconocerlo, cualquier iniciativa que promueva riqueza y progreso nace marcada con el sambenito de la especulación. Así nos va.