LA ÚLTIMA víctima de la violencia machista -hasta el momento de escribir este artículo- es una mujer española de 39 años. Su homicida ha sido un ciudadano marroquí. Podía haber sido chino, centroeuropeo o del antiguo Congo belga. No es la procedencia geográfica lo que quiero subrayar, sino simplemente su carácter foráneo. Convendría contar cuántas de las 59 mujeres muertas este año en España por el mismo motivo lo han sido a manos de españoles y cuántas por la acción de personas que han venido a vivir a este país. De esa forma sabríamos hasta qué punto tal lacra es propia de nuestra sociedad y en qué cuantía ha sido importada. Sin embargo, las autoridades y la propia prensa son reacias a difundir dicha cifra. Vivimos en un ambiente de terror -el terror de lo políticamente correcto- respecto al racismo y la xenofobia. No ya un mero artículo de opinión; hasta una noticia que no establezca sin ningún género de dudas que todo hombre es maltratador por su propia naturaleza, y que toda persona que no se declare progre es por la misma causa xenófoba y racista, puede conducir a su autor a la hoguera del descrédito con más facilidad con la que se subía a las otras hogueras -las de verdad- en tiempos de Tomás de Torquemada.

¿Y quiénes son los inquisidores actuales?, cabe preguntar. Esencialmente quienes viven de magnificar un problema. Vaya por delante que una sola mujer muerta por violencia machista resulta inadmisible. Lo mismo que cualquier empleada -o empleado- de banco al que mata un atracador a cambio de un mísero puñado de euros, por no citar a las centenares de personas fallecidas en accidente de tráfico este año. ¿Y quiénes son -por encadenar otra pregunta- esos que viven de magnificar un problema? Pues una pléyade de asesores autonómicos, insulares, municipales y de todo tipo, amén de presidentes de organismos ad hoc. Verbigracia, Isabel de Luis, directora del Instituto Canario de Igualdad. Una institución -llamémosla así- que debería desaparecer como lo hizo el ministerio homónimo de la sin par Aído. Establecido por ley que no se puede discriminar a nadie por negro, blanco, ateo, creyente de cualquier creencia, gordo, flaco, hombre o mujer, lo que procede es aplicar dicha ley y descargar su fuerza sancionadora sobre los infractores. Pero no.

Hay que crear más burocracia y repartir unos cuantos sueldos adicionales a cargo del erario. Motivo más que suficiente para que los agraciados con la prebenda traten de justificar su trabajo. Por lo menos tienen la vergüenza del torero, si bien a algunos les puede más el miedo que la vergüenza; o la gandulería. No es el caso, empero, de doña Isabel. Diligente como nadie, acaba de afirmar que el machismo está crecido. Oxigenado, dice ella. Bueno, ¿y quiénes son esos oxigenados que andan tan subidos a la parra?, cabe volver a preguntar. Gente como quien esto escribe, por supuesto, junto con todos a los que les gustan más las señoras -qué sarcasmo- que los gays, así como quienes no piensan que Zapatero sea precisamente una bendición para España, ni que en Cuba esté el paraíso terrenal de los trabajadores proletarios ni, en definitiva, todos los que consideran que su sexo está definido desde el momento de nacer y no depende, consecuentemente, del ambiente más o menos "alegre" que pueda rodearlos en el cole, como establecen algunos textos de educación para la ciudadanía. Ah, se me olvidaba: según la señora de Luis, también son machistas oxigenados los jueces que cuestionan determinados aspectos de la Ley sobre la violencia de género.