CANARIAS es una colonia descarada. No sólo de España; también de Europa. Se nos ha degradado hasta convertirnos en sirvientes de Europa, de África y del mundo. Una situación en la que estamos por culpa de los españoles que nos esclavizan (hoy administrativamente, antes con látigos y cadenas), de los europeos con sus argucias de ultraperificidad y también de nosotros mismos porque seguimos narcotizados (aplatanados, según dicen los godos) y no nos rebelamos pacíficamente para poner fin a tan ignominiosa situación. Incapaces de reaccionar, permitimos que nos roben las joyas y después nos vendan el anillo.

Podemos decir que la historia reciente de Canarias se asemeja al funcionamiento de un motor de cuatro tiempos: admisión, compresión, explosión y escape. La fase de admisión abarca los últimos años, con todo lo que hemos tenido que aceptar por culpa de muchos políticos ineptos, o incluso corruptos, que nos han gobernado. Perversos políticos que han estado engañando al pueblo tanto antes de las elecciones como después. Este comportamiento debe ser corregido con penas de prisión porque al pueblo, que es el que ostenta el poder emanado de Dios, no se le puede mentir como lo están haciendo los papás y los hijos de los papás políticos, perfectamente atrincherados o enchufados en las oficinas que gestionó el papá; niños de papá que ahora quieren seguir con el juguete del Estatuto de Autonomía. Un instrumento, lo decimos un día más, con el que España disfraza de autonomía la colonia más ignominiosa que todavía le queda.

Como consecuencia de la desidia, la avaricia y el egoísmo de estos políticos, ahora la crisis nos comprime hasta límites que no podíamos imaginar. Ya no somos las Islas Afortunadas de antes. En estos momentos el pueblo canario tiene que ponerse en cola para comer una vez al día. Y, por si fuera poco, también nos afectan otros males.

El informe de PISA pisó ya nuestra paciencia. Nuestra juventud en el punto más bajo de la juventud española por culpa de los canarios; por culpa de nosotros mismos que seguimos sin echarnos a la calle (pacíficamente, siempre pacíficamente) para exigir el derecho a administrarnos por nosotros mismos. Por muy mal que lo hagamos, siempre lo haremos mejor que los españoles; sobre todo si son los socialistas de Zapatero quienes gobiernan en España. Los canarios somos culpables y hasta diríamos que cómplices de nuestra situación, porque seguimos suspirando con las limosnas económicas que nos da Madrid cuando nos las da. Qué vergüenza: España nos devuelve un poquito de lo mucho que se lleva de aquí. Y la Niña y el señor Perestelo tan contentos. La Niña es una maldición que le ha caído a Tenerife y a Canarias. A la vista de lo que ha hecho, entregándose políticamente a los socialistas y a los canariones, ahora comprendemos por qué acusó a EL DÍA de insultarla, cuando en realidad sólo le habíamos dedicado piropos y alabado su gestión. Algo de lo que nos arrepentimos, porque estábamos alimentando a una cascabel política. Esas acusaciones sólo fueron una cortina de humo.

Sólo el informe de PISA es motivo por sí mismo de reacción o de explosión, como en el motor de cuatro tiempos, para pedir la libertad. Ya no tiene disculpas Paulino Rivero para seguir hablando de dos velocidades (la suya, más lenta, y la de nuestro periódico) en vez de exigir inmediatamente la independencia. Sabemos que el pueblo sigue con timidez, miedo y narcosis pero, de igual forma, estamos convencidos de que no hay ni un solo canario que no sea españolista, hijo de españolista o un engañado españolista que no quiera la libertad, la soberanía, la dignidad y la independencia de su tierra. Por ello estamos convencidos de que muy pronto a esa explosión de ira popular seguirá el escape de políticos nefastos y traidores que desaparecerán de la escena pública y tendrán que esconderse en sus casas, como tuvieron que esconderse los falangistas en su momento, aunque no todos eran malas personas. No lo eran, pero han tenido que ocultarse porque estaban con el dictador; con el general, pero también con el constructor de muchas obras públicas gracias a las que hoy seguimos viviendo. Sabemos que decir esto nos convierte en carne de juzgado a los ojos de don Santiago Pérez, sin que sirva para nada en nuestro descargo añadir que padecimos en nuestras propias carnes las injusticias del franquismo. Por cierto, ¿qué es de don Santiago Pérez? Como ya no lo quieren ni en su propio partido, en el futuro deberá vivir de su bufete. Poniendo denuncias se hará.