ME CONSTA que, a pesar de la nueva ley antitabaco del Ministerio de Sanidad, me van a regalar un mazo de puros. ¿Y ahora qué hago? ¿Me los como? Porque lo que subyace en el espíritu de la ley es proteger al fumador pasivo o al no fumador, activo o pasivo, como lo quieran llamar, y un puro aunque lo fumes a escondidas, en el Heliodoro, en la plaza de San Cristóbal o en el mirador de Los Campitos puede fastidiar al que ande por allí, sino también al que venga después e incluso en una suerte de efecto indirecto al que te vea desde lejos. ¿Un hombre chimenea? Tengo que decir que, entre los fumadores de cigarrillos, los que se hincan un tremendo puro suelen convertirse en apestados doblemente rechazados. Lo peor de lo peor.

Tendremos que mentalizarnos, fumar no reporta ningún beneficio y compromete gravemente la salud. ¡Fuera!

De todos modos, hay un libro de Guillermo Cabrera Infante que se titula "Holy smoke" -puro humo-, publicado por primera vez en 1985 en inglés, con lo que como está abarrotado de juegos de palabras infumables en otro idioma como "to enjoy Joyce is your choice", y en un género bastante difícil de definir no se tradujo nunca, sino que según anunciaron se reescribió nuevamente en castellano. Pese a tratarse de una reescritura no actualizada en cuanto a los lugares (ahora mermados en el Estado español) el texto con escasas excepciones (como la del puro de Clinton, para labios sin labia) muestra frecuentes "anacronismos", como las continuas referencias a los anuncios sobre el tabaco.

Un monólogo inagotable que se puede leer de tirón rodeado por la historia del tabaco y su contribución a esta civilización entre las volutas de complicidad con un placer estimulado hasta el vicio. Desde su descubrimiento por Rodrigo de Jerez y su cultivo por Pela y Manduca hasta su elaboración, la relación entre el puro y el cine, el puro y la política y, finalmente, a lo largo de todo el libro, pero, sobre todo, en la sección antológica "Ta vague littérature", entre el puro y la literatura. Sin puros, no habría ni cine, literatura, política o pensamiento del siglo XX tal y como los conocemos. Desde Winston Churchill a JFK, que ordenó a Pierre Salinger obtener puros cubanos antes de empezar el embargo. Desde Madonna, George Sand, Chavela Vargas, Maria Felix, Demi Moore, Victoria Abril, Linda Evangelista y Jessica Simpson hasta divas como Bo Derek, Sofía Loren, Mónica Belluci, Claudia Schiffer y Elle McPherson.. Desde Robert DeNiro, Pierce Brosnan, Jeremy Iron, Joseph Fiennes, Will Smith, Felipe González, Sylvester Stallone hasta Daniel DeVito, Jack Nicholson, Arnold Schwarzenegger. Desde Winston Churchill a Bill Clinton, desde Ernest Hemingway a Sigmud Freud, la evidencia documentada es abrumadora. Las figuras históricas, cinematográficas o literarias se convierten en personajes míticos en el libro de Cabrera Infante en su radiografía de los hombres-chimenea; el rey Jacobo, enemigo del tabaco; sir Walter Raleigh, "el primero en ver la relación entre la palabra escrita y la hebra fumada"; Fernando Ortiz, el excesivo, retórico y barroco valedor; la reina Victoria, para quien eran repulsivos, largos y poco ingleses; o el odiado antihéroe Fidel Castro, de la mano de Jean-Paul Sartre ("del gran tirano al pequeño filósofo"); Humphrey Bogart, "el más grande fumador de cigarrillos en el cine"; Edward G. Robinson, "el mejor fumador de puros de todo tiempo y lugar"; William Powell, "un actor feo, alopécico y de mediana edad". Y así van desfilando los hermanos Marx con Groucho a la cabeza, Marlene Dietrich, Bob Hope, Charles Laughton, Samuel Fuller, Billy Wilder, Karl Marx, Oscar Wilde, T.S.Eliot, Bertolt Brecht, "un Shakespeare de matadero" o Harold Pinter. "¡Dios mío! Esos cigarrillos pardos deben ser otro de los afeminamientos de Harold, como sus trajes canelos con camisa rosa y corbata marrón". "Puro humo" atrae por la capacidad de acercarnos a las pantallas y a los grandes mitos, a las páginas de los libros y a sus autores, a las vegas, a las fábricas y a las tabaquerías, por la información útil y curiosa, por los consejos que ofrece al fumador, por los maravillosos elogios al puro y por la complicidad con los fumadores, por el buen humor y por el mal humor, por el hedonismo y por la intensa carga nostálgica, humo y ceniza, "pasión consumida".

Pues que se prohíba también el libro.