CON MOTIVO de la celebración anual de la Pascua Militar el pasado día 6 de enero, en el Palacio Real de Madrid, el rey don Juan Carlos I en su discurso subrayó y valoró el esfuerzo de austeridad que están ejerciendo las Fuerzas Armadas (FFAA), señalando que este debe continuar sin que se traduzca en un debilitamiento de la seguridad de las tropas y abogó por la mejora decidida de la operatividad de las unidades militares, así como por el adecuado mantenimiento de los medios de combate para garantizar esa protección, especialmente de aquellas que desarrollan misiones internacionales.

Por su parte, el Ministerio de Defensa, consciente de su responsabilidad y de la difícil situación económica que atraviesa nuestro país, está haciendo un enorme esfuerzo de austeridad a todos los miembros de los Ejércitos como objetivo para ayudar a superar la crisis económica que no solo aflige a España, sino también a los españoles, mediante una reducción de su presupuesto. No obstante, la necesaria austeridad impuesta a las FFAA no es óbice para considerar que la defensa militar de España debe estar por encima de cualquier coyuntura económica, aunque esto resulte una obviedad.

Veamos. El Ministerio, ciertamente, lleva sufriendo recortes presupuestarios desde hace tres años, en los que ha perdido 1.100 millones de euros de su presupuesto. Así, en esta línea de reducción del gasto, en el año 2010 sufrió un recorte en sus cuentas de un 7% con respecto a 2009, estando previsto que las restricciones presupuestarias se prolonguen durante algunos años más.

La reducción presupuestaria que el Gobierno concede al Ministerio de Defensa parece lógica ante la actual situación económica española. Sin embargo, a mi modo de ver, no parece tan lógico ni pertinente que el jefe de Estado Mayor del Ejército se haya visto obligado a elaborar una directiva interna que entró en vigor el pasado mes de noviembre, planificando los trabajos básicos de seguridad, vida y funcionamiento en los acuartelamientos militares para que estas tareas sean realizadas por los soldados de las distintas unidades en caso de que la situación financiera continúe en la línea actual. Así, entre otros trabajos o funciones, los soldados deberán asumir labores que hasta ahora estaban externalizadas, tanto por personal laboral dependiente del Ministerio como por contratación de empresas civiles de servicios: seguridad de las instalaciones militares, la limpieza, recogida de basuras, cocina, pequeñas tareas de mantenimiento de las infraestructuras cuartelarias, etc. Tareas que hasta la total profesionalización de los ejércitos realizaban los propios soldados durante el servicio militar, porque, entonces, resultaba imposible económicamente adjudicarlas a empresas civiles de mantenimiento.

Veamos. Una de las finalidades por las que se profesionalizaron las FFAA y por lo que, en consecuencia, se externalizaron los servicios que ahora se pretende implantar fue para favorecer o facilitar las capacidades operativa y logística de las unidades militares, dedicándolas, exclusivamente, a desarrollar sus planes de instrucción y adiestramiento, desembarazándolas, por consiguiente, de otros cometidos, necesarios, pero impropios, de la condición militar profesional.

Los ejércitos españoles han de estar permanentemente instruidos y perfeccionándose continuamente para el cumplimiento de sus misiones. Ello exige un excelente adiestramiento, operatividad y disposición permanente para poder actuar en los escenarios donde se les requiera.

La austeridad que impone la actual situación económica de España debe, por supuesto, aplicarse también a las FFAA, pero sin que esta obligue a que nuestros soldados deban emplear su tiempo y dedicación en cometidos que no son propios de su condición como profesionales de la milicia. Por eso, llegados a este punto se hace preciso una reflexión profunda sobre cuál es el modelo de FFAA que necesitamos, queremos y podemos permitirnos.

Por cierto, ¿los funcionarios civiles de cualquier administración de la misma categoría laboral que la de los soldados limpiarán, recogerán basuras, etc. en las instalaciones donde trabajan? Seguro que no. Luego la conclusión es evidente: ¿por qué los soldados sí deben hacerlo?