LLAMAMOS "status symbol" a los indicadores del prestigio y posición social y económica de una persona. Si empleáramos un lenguaje menos sofisticado, diríamos sencillamente "bienes de consumo": la inagotable cantidad de artilugios, artefactos, útiles, atuendos, enseres, utensilios, instrumentos, máquinas, aparatitos y demás cachivaches y chirimbolos que tratan de convertir la vida en más cómoda y agradable.

Por supuesto, nadie en su sano juicio critica o ataca la posesión de todos aquellos bienes que sean necesarios para vivir con comodidad y dignidad, así como la posesión de los instrumentos precisos y de buena calidad para desempeñar la profesión u oficio de cada uno. Bienes e instrumentos, producto de la ciencia o del ingenio humano, que amplifican de manera sorprendente la capacidad de hacer el bien -o el mal, ¡desgraciadamente! según el curso de la libertad-, amplían las dimensiones del bienestar y aumentan la calidad de vida. "El problema de los ''status symbol'' no es de uso o necesidad, sino de abuso o exageración cuando no se sitúan en su correcta ubicación ontológica y existencial". Sigo con el libro, "Humor y serenidad", del profesor Freire: "Lo nocivo de los ''status symbol'' comienza cuando hay una preocupación excesiva o desmedida que aviva en la persona la envidia y el ensueño, aunque quizás a buena parte de los adultos les cueste un riñón reconocerlo, pues eso de la envidia y el ensueño parecen limitaciones típicas de comportamientos infantiles o adolescentes".

Cualquier persona sensata sabe que vivir de los sueños es un absurdo. Sin embargo, en la época actual -de crisis de sensatez o sentido común- hay mucho iluso o ensoñador, la mayoría, víctimas del exceso de televisión, Internet u otras pantallas. Se zambullen en la espiral de su vertiginosa celeridad y de su novedosa novedad, que cada vez produce mayor inquietud psíquica, y que lleva al individuo a un mundo imaginario y le imposibilita para vivir y disfrutar de una vida con sentido.

La envidia -me ocurre lo mismo que a Freire- me tiene confundido y perplejo, en cuanto simple cuestión teórica: ¿realmente existe? En mi humilde pero dilatada experiencia jamás me he encontrado con alguien que se reconociera envidioso. De ahí mis dudas. Aristóteles insistía en que la envidia surge por acontecimientos menudos y cercanos entre los iguales; no se suele suscitar la envidia entre los desiguales -inferiores o superiores-. Se da con frecuencia en la familia, entre conocidos y colegas. Destapan la envidia frases como: "Siempre fue el hermano más vago... y mira tú ahora"; "algo raro habrá, porque nunca alcanzó el nivel académico de mi marido"; "¡si yo te contara!... siempre fue el maletero de la Piquer!".

¡Mucho cuidado con la envidia! "El proceder psicológico de la envidia es sibilino, ladino. A pesar de ello es fácilmente destapable por los corazones sensibles y acogedores: la envidia se reconoce en las más leves manifestaciones de tristeza ante el bien ajeno o de alegría ante el mal ajeno". La envidia despierta y enciende un efervescente resquemor, produce desasosiego y tristeza, que dificulta estar en lo que se hace, para hacerlo bien; por ejemplo, descansar, bailar o escribir, por lo que es contraria a la paz, a la serenidad y al buen humor.

No cabe la menor duda de que el afán desmesurado e irracional del "tener", de tener cosas, tantas veces innecesarias, solo por el placer de tenerlas o para estar a la última, junto con la envidia, causan profundos y serios estragos en la personalidad, con el agravante de pasar inadvertidos o desconocidos como causa etiológica de muchos trastornos psicosomáticos.

Nada fácil de tratar en una sociedad hedonista, consumista y permisiva, aunque en crisis, ya que requiere echarle bastante esfuerzo y sensatez para lograr el desapego del "status symbol", porque para ello es indispensable empezar a vivir con un cierto coraje la virtud de la templanza, puesto que los primeros movimientos de la envidia y el ensueño se fraguan en los sentidos externos, sobre todo en la vista: por ahí es por donde hay que empezar.

Para hablar de la virtud o valor de la templanza sería necesario otro artículo, por si alguien la desconoce -como me advertía algún amigo-, aunque es bastante fácil de intuir y comprender, ya que la templanza al templar los caprichos, los antojos... contribuye de manera decisiva a ese equilibrio, serenidad y buen humor que a todos nos gusta tener. ¿Qué cuesta? Todo es empezar; el resultado es sorprendente.

y profesor emérito del CEOFT

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