Debería ser una buena noticia que Alemania estudie la posibilidad de ofrecer contratos de trabajo en condiciones ventajosas a los jóvenes españoles que estén desempleados. A los desempleados que posean formación, naturalmente, porque colocar a los que abandonaron los estudios con dieciséis años para llenarse los bolsillos trabajando de peones -hasta hace poco un peón de cualquier cosa ganaba por estos alrededores bastante más que muchos titulados universitarios- es harina de otro costal.

Con 4.100.000 parados según cifras oficiales, la oferta que la canciller alemana le hará a Zapatero en la cumbre de febrero debería ser, insisto, motivo sobrado de alegría. Pero no lo es. No puede serlo porque estamos ante la certificación incuestionable de uno de los peores fracasos para cualquier país: la pérdida de la población mejor formada. Precisamente las personas que más falta hacen para remontar la crisis y construir un futuro no dependiente, valga la redundancia, sólo de la construcción. No estamos, además, ante un gesto cien por cien altruista de la República Federal. Alemania necesita miles de ingenieros en los próximos años para mantener su pujanza industrial. Y como sus universidades y escuelas técnicas son incapaces de cubrir la demanda, a los empresarios no les queda más remedio que buscarlos en el extranjero; concretamente en los países del este y sur de Europa, donde la juventud mejor preparada es también la más desempleada o la contratada en condiciones inferiores a las de su formación. Es decir, la oferta no afecta sólo a España, si bien la vergüenza de muchos no debería servir de consuelo a nadie. De hecho, lo único que ha hecho Angela Merkel ahora, al filtrar esta intención de su Gobierno, es darle cariz oficial a un hecho que se repite desde hace dos o tres años: muchos universitarios españoles que van a Alemania con la intención de estar sólo unos meses en un programa de intercambio, terminan por quedarse definitivamente entre los teutones; entre quienes aprecian su talento y valoran su esfuerzo, y no en un país, el suyo propio, que gasta millones y millones en contratar a futbolistas y a sujetos polémicos para que los entrenen, en vez de invertir en investigación y desarrollo.

¿Se ha puesto a pensar alguien en lo que cuesta formar a un titulado universitario? Por poner un ejemplo relacionado con el ladrillo -que es lo único que se entiende, al parecer, en esta tierra vernácula y en otras tierras tan vernáculas y penosas como esta-, nosotros levantamos la casa y otros la disfrutan. Más o menos lo que me decía tiempo atrás, muy ufano él, cierto profesor universitario: "lo mío es enseñar e investigar, no buscar aplicaciones a lo que enseño e investigo". No cito el nombre del "ilustre" ni el del centro en el que todavía debe andar montándose su currículo para no lacerar el orgullo de nadie, pero no se trata, lamentablemente, de un caso único.

En el ámbito personal de cada cual, me alegro por esa juventud, hoy desesperanzada, que sin duda tendrá una vida profesionalmente mejor no sólo en Alemania, sino en otras naciones europeas que también demandan personal cualificado. Me alegro por ellos y me entristezco por este país, pero a veces, como dijo el poeta, no queda más remedio que poner la felicidad en estar tristes.