APOYADO, tal vez, en mi ignorancia, había llegado a pensar, pobre de mí, que no existiría ya el desaguisado que han dado a luz, sin fórceps, ciertos personajes santacruceros -muy poderosos, eso sí, en la política y en la prensa- con respecto a los ayuntamientos tinerfeños. Digo tinerfeños porque tales señores, pese al poder que les atribuyo, carecen de fuerzas para hacer entrar por el aro a los municipios grancanarios. Pero me equivoqué. Y todo porque no suelo aceptar el refrán que dice "Piensa mal y acertarás". Lo cierto, lo tristemente cierto, amigos, es que la ambición de los rectores capitalinos no tiene límites, aunque sea al precio de llevarse por delante a Fasnia, Vilaflor, Garachico, La Guancha, El Tanque y toda una retahíla de nombres con los que fueron bautizados en su día nuestros municipios.

En la edición del pasado día 9, el editorialista o comentarista de este periódico nos ha obsequiado con un increíble trabajo titulado . Muchas veces les he hablado de mis ignorancias, las cuales me han llevado alguna vez a no discernir con precisión ciertas lecturas. Lo anticipo porque, aun sin pensar mal, he llegado a la conclusión de que el editorialista o comentarista en cuestión piensa -que ya es pensar- que las llagas, el abandono, las ruinas, el pobre aspecto de mi querido barrio de El Toscal podrían curarse haciendo desaparecer a todos los ayuntamientos de Tenerife. Menos a uno, claro está. No se le ha ocurrido al escritor hablar de despilfarros como el Auditorio y la Playa de las Teresitas, baratísimos ambos trabajos, con calatravas y arena del Sáhara. Incluso parece ser partidario nuestro apreciado comentarista de desenterrar la playa de San Antonio. (Total: cuatro perras y media).

Se me dirá que, en efecto, he leído mal, que la intención del comentario no era ésa. Pero no acierto a comprender (¡Ay, mis ignorancias!) qué relación tienen los pueblos de Tenerife con El Toscal. ¿Sólo el título del artículo?

En El Toscal viví durante el curso académico 1941-42. No viví precisamente en un palacio sino en una ciudadela de la calle San Juan Bautista, en la que, por cierto, vivía un famoso nadador de entonces, Esteban Fernández. Era la época de los hermanos Weyler, Calamita, Gunnar Beuster, el portuense Fermín Rodríguez… O sea, aquella gente que era campeona de España de Natación un año sí y el otro también. Lo mismito que ahora. Viví en una ciudadela porque mi familia no tenía para más, pero mis padres me matricularon en la academia privada que, en la antigua Calle de los Campos y frente a lo que hoy es el Hotel Mencey, llevaban con gran pericia don Victoriano López, don José Arozena Paredes, don Aniceto Gutiérrez, don Antonio Naranjo, el cura don Evaristo…

Guardo del ambiente toscalero el mejor de los recuerdos. Y me da una pena enorme que el ayuntamiento santacrucero lo haya olvidado durante años, lustros y décadas hasta convertirlo en una esquina dejada de la mano, no de Dios, sino de los hombres. Son más importantes los auditorios y las playas con arenas africanas. Pero por mucho que yo quiera a El Toscal, no puedo aceptar que recobre su antiguo aspecto, su belleza indiscutible a costa de que mi pueblo pierda sus señas de identidad, que es lo que perderíamos si se nos suprimiera nuestro Ayuntamiento. No puede llegar la ambición de unos a despojar a otros de la "vida".

Dice también el comentarista que sólo apela al sentido común. Ignora mi amigo (sí, mi amigo, pese a nuestras disidencias) que, según muchas personas, el sentido común es el menos común de los sentidos.

Termino por hoy: no dispongo del espacio que preciso para aclarar ciertas cosas. Pero les adelanto que, si se tercia, contaré aquí la agresión que, en 1730, dirigió contra Garachico para beneficiar a Santa Cruz el Comandante General, Marqués de Vallehermoso, de tan nefasto recuerdo. Y para no retroceder tanto en el tiempo, me situaré en 1813 para ver otra agresión vil de Santa Cruz a la Villa norteña. Ya la contaré con pelos y señales; pero si alguien tiene prisa, les recomiendo la lectura de "Obras políticas", de don Alonso de Nava y Grimón, marqués de Villanueva del Prado. (Aula de Cultura de Tenerife, 1974, con introducción y notas de don Alejandro Cioranescu). No hace falta leer todo el libro. Puede usted comenzar en la página 323.

Saludos para todos. ¡Para todos!