1.- El nuevo episodio bufo ocurrido en un concurso de murgas, como fue el abandono del jurado por parte del periodista , al sentirse insultado por una de esas bandas, ha puesto de nuevo a estas agrupaciones dudosas en la picota. Yo sostengo que las murgas dejaron de hacer gracia desde que no se meten con Las Palmas, que era casi su razón de ser. Una murga, lo mismo que una chirigota, ha de basar su existencia en el humor; solo en eso. Cuando se creen agrupaciones corales o cuando, como Los Singuangos, organizaban en el escenario desfiles apócrifos de modelos estaban traicionando la esencia de estos conjuntos, esencia que no responde a un espíritu intelectual al uso, sino que debería ser graciosamente changa. Para deleitar los oídos están los orfeones y las corales; las murgas están para hacer reír. Nunca para hacer llorar, ni para emocionar. Los payasos que lloriquean son para los circos, jamás para el Carnaval. Y las murgas de hoy en día hacen llorar, pero de malas. Lo que ocurre es que casi nadie suelta estas cosas a los murgueros. Nadie ejerce de eso que se llama "políticamente incorrecto", expresión que me parece una soberana pollabobada.

2.- Las murgas del Carnaval de Tenerife están muertas. Los letristas sufren de diarrea mental, no se aplican. Y a los canarios, que ya de por sí nos cuesta expresarnos, no se nos pueden entregar letras confusas, en cuya conversión al canto el seseo se hace estrepitoso y las bocas se comen medias palabras y sueltan otras medias, ininteligibles. Coño, modulen esas voces y no griten. Y no insulten; y, si lo hacen, aténganse a las consecuencias de que un honrado miembro del jurado ponga pies en polvorosa y los mande a tomar por culo, como se dice en El Cubanito. (Tomar por culo es un insulto o no, dependiendo de si al destinatario del improperio le gusta o no recibir por retambufa; yo lo empleo en el segundo supuesto).

3.- Ya he dicho, por activa y por pasiva, que a mí me la renflanflinflan las murgas. Se ha creado en torno a ellas una aureola, pero sin brillo. Bien es verdad que arrastran mucha gente. Incomprensiblemente, a mí me dan la lata, cada año, algunos amigos para que les consiga entradas para la final. Y no me explico por qué. Cada vez que intento escuchar la transmisión de este acto, me duermo. No lo puedo evitar. La mitad de la fuerza murguera se emplea en meterse contra las otras murgas o para recordar lo que sufren las parientas en casa con sus ausencias por los ensayos. Pues háganme un favor, no vayan a ensayar. Quédense en casa, de donde nunca debieron haber salido. Hago las excepciones de rigor, porque hay dos o tres murgas que en raras ocasiones me hacen reír. O a lo mejor es que me he convertido en un viejo carrucho, medio sordo y tan muerto como ellas. Podría ser.

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