EL EURO nos une. En su defensa, los responsables de la política europea y de cada uno de los Estados se reúnen, analizan, lanzan diagnósticos y casi siempre a base de más dinero proclaman recetas para salvaguardar la moneda común que, en realidad, es lo único común en lo que unos y otros han trabajado y no sin dificultades. Pero el sueño europeo era otra cosa. Era una identidad concreta frente a otras realidades; era el afán de jugar un papel en el mundo basado en la defensa de las libertades, en la dignidad de los seres humanos, de la democracia y de esos valores que contribuyen a que todos estos principios sean realidad.

Pero la realidad, cruel y desconcertante, nos ha descubierto una Europa alelada y timorata que en un determinado momento marcado por la necesidad de petróleo y de seguridad optó por el pragmatismo más que por los derechos. Y ahí hemos descubierto que aquellos que nos garantizaban el petróleo, la seguridad y una inmigración más o menos controlada eran auténticos dictadores. En realidad, lo hemos sabido siempre, y ahora que los ciudadanos de Túnez y Egipto han salido a las calles nos encontramos desprovistos de las certezas que hemos alimentado. En el fondo Europa tiene miedo. Tiene miedo, tenemos miedo a lo que pueda venir una vez que nuestros déspotas garantes han tenido que abandonar sus territorios y sus poderes. Hemos andado con pies de plomo a la hora de hablar de Moubarak o de Ben Alí y ahora que lo que se revuelve es Libia no sabemos qué decir.

Es posible que la vergüenza paralice la reacción. Vergüenza porque al perturbado y dictador Gadafi le hemos recibido con la sonrisa que provoca todo lo extravagante. Baste recordar su viaje a Roma en donde se reclutaron jóvenes para escuchar las homilías de quien no duda en masacrar a sus propios ciudadanos. Fueron sus extravagancias lo que, de manera deliberada y pragmática, nos entretuvo años y años y ahora nos encontramos mirando con perplejidad y auténtico pasmo lo que es capaz de hacer este hombre al que todos los gobiernos europeos cedían con gusto espacio público para que colocara su tienda adornada con alfombras de lujo.

Europa, alelada, no ha sabido ni sabe dar respuesta. En el fondo está a la espera de lo que decida Estados Unidos, aceptando así un papel subsidiario en el orden internacional. ¿Hará todo esto reflexionar a Europa? La reflexión y la autocrítica se presentan como indispensables. Ahora hablamos de Túnez, Egipto y Libia, pero ahí están las asignaturas pendientes de Arabia Saudí, régimen despreciable donde los haya, y más cerca aún está Marruecos. Nos hemos empeñado en pensar que Marruecos está a salvo de revueltas, porque, según lo declarado por nuestra ministra de Exteriores, allí ya se ha emprendido hace tiempo el camino de las reformas. Veremos. Nadie podía imaginar hace un mes que el norte de África iba a salir a la calle ni tampoco se intuía la revuelta en Libia. La información o la capacidad para interpretar algunos signos ha resultado decepcionante.

El panorama internacional unido a la crisis económica nos anuncia un futuro imprevisible, un nuevo orden, una nueva forma de entender la política. La realidad, una realidad imprevista ha hecho añicos nuestra confortable manera de estar en el mundo y nos dice que el sueño europeo continúa siendo un sueño al menos para quienes creemos que no solo de pan -es decir, euros- vive el hombre.