HOY PENSABA entretenerles con una canción de carnaval. Con una letra de murga en honor a don Enrique, el de la Fu-Fa. Lo admiraba y andaba yo muy animado a mandar a unos cuantos a tomar por… cubanito, sí señores. Tengo tema. Me sobra tema. Los que nos dedicamos a esta menudencia de la educación estamos locos por mandar a tomar por cubanito a más de uno.

Últimamente escuchamos cada cosa… que se le pone a uno una cara de gilipuertas… De gilipollas, quería decir, que es como si el amigo alemán -Alzheimer, para los distraídos- hubiera adelantado el viaje, entrado en casa sin avisar y nos la hubiera puesto patas arriba. Nadie como los que trabajamos en los centros sabemos cómo está esto. No sé, ni yo ni cuantos me rodean, de qué están hablando. Mejor que ni nos nombren. Por decencia. Un poquito de por favor, hombre. Que ya está bien. ¿Saben lo único positivo? Que esa "pandilla de vagos" que tiene tantas vacaciones y gana tanto con tan poco esfuerzo está manteniendo, dentro de los límites de la dignidad, y por vocación, solo por vocación, este barco a flote.

Es admirable la resignación con que acata cada día el sobreesfuerzo de la falta de sustituciones, la eliminación de los apoyos, de sus horas de preparación de clases, de la falta de todo… pero, por favor, encima, no nos insulten con lo bien que va la travesía. Bajo esa resignación no hay sino rabia, desánimo y ganas de mandar a tomar por cubanito a más de uno. Si no me creen, pregunten a alguno. Al que quieran. Verán qué poco tarda en convertirse en gremlin.

Pero no puedo. No puedo escribir ninguna letra de Carnaval. Se me fue la inspiración. Hay cosas por encima de todo. Y luego dicen que el destino no marca vidas. Es cierto que las cartas podemos jugarlas. Pero no es menos verdad que a cada uno le tocan unas cartas determinadas y la partida cambia mucho, según los triunfos que se lleven.

En Reus -por un pelo no viví allí-, a una niña de solo cinco años le tocó lo peor que se me ocurre que a uno le puede tocar. A ella, con cinco añitos. La historia brutal e injusta de esa niña que vio cómo su padre mató a su madre delante de ella, en su casa.

La cría pasó toda la noche junto al cadáver de su madre y se vistió para ir al colegio y decirles a sus profesores que su mamá estaba muerta en casa. La imagino lavándose la cara, arreglándose para ir al colegio. Con la normalidad de una inocencia que ya no volverá. Así de cruel. ¿Cómo se digiere algo así en la mente? Esa niña se quedó sin referentes o sin los referentes lógicos que deben ser los padres. Sin pedirlo. Sin desearlo. Sin hacer nada para ello. La madre, asesinada. El padre, asesino. Se puso la ropa sola y se fue al colegio para contárselo a aquellos que veía todos los días.

Sus profesores fueron la única puerta de salida de ese infierno que intuyó. Desde el colegio avisaron a la Policía, que confirmó que la pesadilla de la niña era cierta hasta la última gota de sangre. Puñaladas en la espalda y un mapa de golpes por todo el cuerpo. Angelito mío. La murga para otro día. O mejor, para otro año.

Feliz domingo.

adebernar@yahoo.es