LA MITAD de la energía que se consume en España procede del petróleo o de algunos de sus productos derivados. En Europa esa cifra alcanza sólo el 37 por ciento. ¿A cuenta de qué tal diferencia? Pregunten ustedes a los que durante años han estado incubando la oposición a la energía nuclear como forma de cebar su pesebre de votos. Así, mientras en todo el planeta, incluidos países con naturaleza más cuidada y mejor protegida que en España -Estados Unidos o la ya citada Francia, sin ir más lejos- se están construyendo o se encuentran en fase de proyecto unas 300 centrales nucleares, aquí las cerramos o, como mal menor, retrasamos unos años más el desmantelamiento de instalaciones que podrían funcionar de forma segura durante varias décadas.

¿Evitamos con esto las consecuencias de un accidente nuclear? En absoluto. Un percance en Francia, a pocos kilómetros de la frontera española, tendría casi los mismos efectos en nuestro país que en el vecino del norte. Y lo mismo cabe decir de un percance similar en Marruecos con respecto a Canarias, si los marroquíes por fin se deciden a montar la central, tanto tiempo anunciada pero nunca iniciada, de Tan Tan. No se trata, por lo tanto, de salvaguardar vidas humanas y preservar un entorno natural por otra parte, conviene reiterarlo para que no nos olvidemos de ello, muy machacado en sus más diversas facetas; principalmente por la fiebre del ladrillo.

Lo que realmente busca la exaltación de las propuestas antinucleares es, insisto, conseguir votos entre una izquierda que ya no está tan segura de otorgar su apoyo a nadie a cuenta de este planteamiento, considerando que el calentamiento global se ralentiza a día de hoy mucho mejor con la fisión controlada de los átomos que con los combustibles fósiles. Son muchos quienes empiezan a cuestionarse si ha sido acertado criminalizar a la energía nuclear como se ha hecho.

¿Qué hace, entretanto, el socialismo talantoso y buenrrollero de España ante este fiasco? De entrada, gastar 250.000 euros en pegatinas para cambiar los límites de velocidad en las señales de tráfico. Diez kilómetros por hora menos que, como dije ayer, no sirven casi para nada. Por encima de 90 -también eso lo expliqué ayer- el consumo se dispara. Además, conociendo al personal, dudo mucho que sea elevado el guarismo de los conductores dispuestos a levantar el pie del acelerador. Sobre todo habida cuenta de que la infracción -lo anunció el viernes el propio Rubalcaba- no supondrá la pérdida de puntos sino una mera sanción económica. Multas cuyo importe apenas alcanzará para cubrir esos citados 250.000 si tenemos en cuenta que la tramitación de la sanción ya supone un gasto en sí mismo. Además, tampoco olvidemos eso, los picoletos siguen con el colmillo revirado después de la faena de rebajarles el sueldo; es decir, siguen más o menos inmersos en la llamada huelga de bolígrafos caídos. A efectos prácticos, la medida del Gobierno sólo es una recomendación a los conductores y no algo que deban cumplir estrictamente.

Al final, más recetas de aprendices de brujo. No es extraño que los países europeos en los que más ha crecido la deuda exterior -Irlanda, Grecia, España, Portugal e Italia- sean también los que padecen una mayor dependencia energética del petróleo. Aunque ojalá fuese solo esto. Un amigo teutón me recordaba, durante una conversación reciente, que cuando la población masculina de un país comprendida entre los 16 y los 24 años supera el 20 por ciento del total de habitantes, la sociedad en cuestión se torna inestable. Condiciones que concurren en los países árabes que están sufriendo desde hace semanas unas revueltas que aquí, en las desarrolladas naciones occidentales, se venden como levantamientos populares para reclamar democracia y libertad. Como si en esas sociedades, en muchos casos todavía semi tribales y acostumbradas a una rígida jerarquía de poder al más puro estilo de ordeno y mando, la libertad y la democracia le quitase el sueño a las masas. Lo que preocupa a un altísimo porcentaje de esas ciudadanías es la falta de desarrollo económico. La pobreza siempre ha sido mala consejera. Es del todo insostenible que un tunecino tenga un PIB diario de 7 euros, mientras su presidente atesoraba joyas que costaban diez mil veces más hasta detrás de las cortinas. Máxime cuando muchas de esas personas han trabajado en la Europa rica y que, como consecuencia de la crisis, han tenido que regresar a su tierra. Personas que no sólo han visto a través de la televisión, como hasta ahora, lo que hay al otro lado, sino que incluso han vivido en el "paraíso" occidental; lo suficiente para que no quieran trabajar veinte horas al día a cambio de tres euros.

Lo primero en encarecerse está siendo el petróleo, pero no será lo único. Le seguirá los pasos la electrónica de consumo -se acabarán las enormes televisiones de plasma fabricadas en el tercer mundo con sueldos de hambre- y cuanto aquello que hasta ahora nos ha sido muy barato porque lo hacían otros con un coste irrisorio para nuestros bolsillos. Esa es la gran revolución que ha comenzado en el mundo árabe, pero que no se limitará a los países islámicos. A ver qué pegatina inventa entonces el talentoso Gobierno del talante para seguir con sus recetas de alquimia barata.