HEMOS crecido. Empezamos pocas murgas y ahora algunas son afilarmónicas. La Ni Fu Ni Fa se desmarcó participando fuera de concurso y automáticamente se erigió como el antiguo modelo del espíritu del Carnaval. Ya teníamos más historia.

Y todo cambia… Carnaval y tranvía, nuevas zonas de fiesta en la plaza de Europa, ahora con la cercenada escultura de Chirino y su consiguiente mosqueo. La final de murgas en la calle… qué frío; "pa dentro", qué soso, y este año, venga, al Estadio y fue todo un éxito. La juventud es murguera.

Hubo tiempos en los que la mitad de la fiesta carnavalera dejó de salir porque la "chiquillada" confundió la fiesta de la mascarita con un boncho de fin de semana más, pero mal disfrazados de un peluche que apestaba a sudor y vómitos. Pero eso ya pasó, al menos, ahora estamos "globalizados". Desde luego, tanto los tinerfeños de a pie como los grupos del Carnaval, y las autoridades se exprimen el cerebro para lograr unas fiestas que sepan crecer, vivir para el turismo, sorprender… Y no perder el sentido. A veces ha sido una reina que nos ha hecho soñar, a veces una murga… Otras hemos dado el zapatazo (quién no recuerda el espectáculo -lamentable- de Belén Esteban versus Madonna berreando en un inglés más dudoso que el mío) para defender lo nuestro.

Y quizá en este punto estamos en el Carnaval más a la carta que se podía pensar. Tenemos Carnaval de día para los pequeños, museos de carnestolendas, talleres para enseñar a ponerse la purpurina, chiringuitos con la normativa municipal de cerrar altavoces para que los de las actuaciones no se enfaden… Los mayores por El Águila, y la juventud para abajo. En un lado la feria, en el otro la fiesta. Para los que se quedaron con ganas de apuntarse a la murga y quieren sumarse al ingenio: la canción de la risa. Grupos de zarzuela, grupos coreográficos, el mundo lírico de las grandes voces de las fiestas más sensatas con los señeros Fregolinos… Para un servidor, y dicho con pasión: de lo mejor de "Santa Cruz en Carnaval".

En fin, que el que no se disfraza y divierte es porque no quiere; ya que hay un abanico amplio para pasarlo bien. El Carnaval sobrevivió al general Franco, a Amargo, a Felipe Campos… Lo único que los isleños debemos evitar es no dar motivo con razones de peso para criticar nuestra fiesta: que nadie pierda el norte hasta terminar en un coma etílico o lamente la diversión de un segundo tiempo después. Desde luego las fiestas no tienen por qué invitar a nada parecido a eso. Cada uno decide si la máscara es un disfraz oscuro para sacar nuestra peor parte evadiendo la conciencia que más que dirigirnos nos reprime; o si bien la máscara la convertimos en un medio para comunicarnos con los demás apartándonos del ego para descubrir nuestras emociones escondidas, que como una travesura, armonizan con la simpatía de nuestro disfraz.

Personas como Sergio García y su equipo nos acompañan para recordarnos toda la bella historia que nuestra fiesta conlleva. Quienes tejen el Carnaval lo hacen "a golpito", lentejuela a lentejuela, sueñan y se esfuerzan para que los que vamos de participantes nos elevemos ante una novedad ensayada por los artistas de lo nuestro. Llevan sus penas, algunas muy profundas, como esquirlas de purpurina, en la sonrisa. ¿Se han fijado cuántos payasos tienen lágrimas negras? No es casualidad. Quien sonríe de veras no se separa de la pena, la lleva como un amigo. Por eso es comprensible que en estas fiestas se beba por dos, para eso está el transporte público, pero sin molestar ni ser molestado. La mascarita no debería morir nunca. Un gran maestro: don Enrique, sigue vivo en este Carnaval 2011, su sonrisa perdurará siempre entre nosotros; ha sido un acierto entrañable y merecido haberle dado un lugar de honor: el tema de estas fiestas.

Sin lugar a dudas, la población santacrucera espera con cariño e ilusión que el 13 de mayo, coincidiendo con la fecha en que se nos fue, se inaugure la estatua que inmortalice la figura de Enrique González Bethencourt, "padre" de las murgas canarias y fundador de la Fufa en la plaza del Príncipe, el entorno con más arraigo en nuestro Carnaval y que, como tantas cosas buenas, se llevó en su corazón. Y tú, ¿me conoces, mascarita?

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