ESCRITOS anteriores que mencionaban algo del Club Náutico viejo, situado entre el Castillo de Ingenieros y los muelles de la naviera de don Álvaro Rodríguez López, han suscitado preguntas de algún curioso lector, generalmente persona de aquellos tiempos ya que a la juventud actual poco le puede importar lo que pasara hace ya casi un siglo. Pero las cosas pasaron y aunque no son como para ser incorporadas a la "Historia de Santa Cruz de Tenerife" de Alejandro Cioranescu -Tomo IV, capítulo 4, El Ocio-, a mí me agrada contarlas y a alguno de ustedes, leerlas. Porque la verdad es que el canario no ha sido nunca lo que se dice un enamorado del mar. Y esto nos viene desde los guanches, que ignoraban la navegación y no sabían ir de una isla a otra. Y este poco cariño al mar se aplicó rápidamente a los baños. Porque no sé si saben ustedes que durante siglos, siglos de los llamados civilizados y al menos en nuestras Islas, eso de bañarse en el mar estaba pero que muy mal visto, especialmente porque tardó tiempo en inventarse eso del bañador y el varón prefería bañarse desnudo y la mujer con un camisón o similar.

La única playa de que disponían los santacruceros era la de Ruiz, a los pies de los almacenes de Ruiz de Arteaga, que incluso invirtió en acondicionar el lugar, que al estar enfrente del paseo de La Alameda hacía que estuviese lleno de curiosos ante un espectáculo gratuito, máxime si el protagonista era la mujer. Y no solo eso, sino que además se prohibía formalmente y por ley que varones y hembras se bañasen juntos, y así se estableció que estas lo hiciesen con la oscuridad precisa y la ley fijó para las mujeres aquellas horas "entre el anochecer y la retreta", mientras que los hombres habían de hacerlo después, y si lo hacían de día debería ser parcialmente vestidos para ocultar al menos sus vergüenzas, esas de las que algunos andan tan orgullosos.

Estas restricciones tremendas duraron un siglo y en ese tiempo el bar situado en La Alameda era el más concurrido de la Isla por la posibilidad de contemplar el baño femenino. Pero la prolongación del muelle y la afluencia creciente de barcas de todo tipo al inicio del mismo hicieron que la zona de playa se convirtiera realmente en un colector de escombros y porquería, hasta su desaparición total como playa. Después de todo, la playa era cosa de tan solo la gente pudiente y su conversión, además, en deporte dio lugar a su popularidad actual. Pero quedan anécdotas de aquellos tiempos de la única playa de Santa Cruz, y yo mismo recuerdo cómo un día de los años 50 don Coriolano Guimerá, al verme bañándome en el Club Náutico, me dijo con aire nostálgico: "Me hiciste recordar a tu abuelo, don Blas Cabrera, en la playa Ruiz".

En aquellos años 20 y primeros 30 de mi infancia y juventud, la vida deportiva en el Club Náutico construido en el año 1902 se reducía mayoritariamente a bañarse en el mar -para lo que no hacía falta saber nadar-, a la práctica de la vela y a la del remo, deporte este popular entre damas y caballeros, y por casa circulaba una foto donde aparecía mi madre de soltera formando parte de un equipo de una de aquellas grandes y pesadas traineras. Esta afición se mantuvo siempre entre las jovencitas y ya cuando el Movimiento había al menos dos equipos que tenían como timonel y entrenador, uno al "Lade " (Santiago Ladeveze) y otro a Pepe Prats, ambos ya desaparecidos, siendo las deportistas un grupo de muchachas como Nena Cañadas, Mery Hamilton, Pily Sobrón, Lolita Gorostiza, Mercedes Keating, Maruchi Segovia, Elisa Machado y otras que siento no recordar y en su mayoría ya fallecidas. Los chicos de mi edad también teníamos nuestros equipos, y así había uno que llevaba como timonel a mi padre y como remeros, y por ese orden, a Guillermito Cabrera como boga, Raimundo Rieu, yo y Yeyo como proel. Para los pequeños de verdad quedaba el problema de la merienda, pues la ida al club era cosa de las tardes de verano. Las instalaciones incluían un lateral próximo a los terrenos de don Álvaro Rodríguez López, con una playita de callaos de gran tamaño y bastante empinada, donde en un cobertizo de madera, como todo en aquella construcción, se guardaban las yolas, de cuatro remeros y timonel, solo dos yolas según creo recordar. Pues en esa playita solíamos merendar los niños después del baño, sin molestar a nadie, y recuerdo hacerlo yo acompañado de alguna de mis hermanas, igual que hacían primos y amigos, sentados sobre los mismos callaos y con el agua del mar rompiendo limpia en la orilla, cosa que pronto cambió cuando empezaron a aparecer las grandes manchas procedentes de la limpieza de fondo de los petroleros que traían crudo a la Refinería. Pero no solo fuimos nosotros quienes sufrimos la influencia de los vertidos de los petroleros, sino que en la época en que aparecían las tan llamativas y peligrosas aguavivas estas llegaban muertas hasta la orilla.

Los bañistas nos tirábamos al agua mayormente a través de dos escaleras elevadizas de las que una principal y se encontraba en el frente de la terraza y la otra en la explanada próxima al Cuartel de Ingenieros, donde en marea baja se hacía pie. La otra forma era a través del trampolín que estaba situado donde la escalera principal. La gente joven, una vez en el agua, solía ir hasta una balsa fondeada a unos 20 metros de la orilla, donde a veces había luchas entre pandillas para ver quien dominaba en la balsa, a cuyo propósito se cantaba una cancioncilla que decía, según suelo cantar a veces en plan nostálgico: "A la balsa, la balsa valientes, / los cobardes se quedan atrás. / En la balsa nos hicimos fuertes / y los débiles fuertes se harán. / Compañeros, preparen baterías, / tracatrás, tracatrás, tracatrás. / ¡Vivan aquellos luchadores / que en la balsa triunfantes están!". Pero la escalera principal poseía además un trampolín desde el que los más osados solían tirarse de cabeza al agua, si bien los pequeños lo hacíamos de pié, lo que era ya casi una proeza.

Cuando el nacimiento de las piscinas hizo posible que la natación fuese un deporte, se desarrolló también la práctica de los saltos desde el trampolín, e incluso los campeonatos de España de natación se llamaron de "Natación y Saltos", que tal llegó a ser la importancia de estos, en los que, como he referido alguna vez, llegó a ser un maestro nuestro joven amigo Enrique Casariego, desaparecido muy prematuramente. Lo que recuerdo de aquellos primeros lanzamientos al agua desde el trampolín, siendo solo un muchachito, era la proeza que hacían los dos hermanos Ramírez Vizcaya, altos y fuertes, que rivalizaban entre sí acerca de quién aguantaba más bajo el agua, llegando incluso esta competencia a tirarse ambos con un plátano en la mano, y aparte del "Magda" y el "Chiqui", reservado a los mayores muy experimentados y más bien para grandes recorridos que llegaban hasta Antequera, a veces con merienda incluida, tuve ocasión de ver la llegada de los llamados monotipos, que eran solo tres, "Eolo, Proteo y Trition", en los que aprendimos a navegar y regatear la juventud de entonces.

Ya durante el Movimiento aparecieron los anduriñas, a uno de los cuales me cupo el deshonor de partirle el palo en una fortísima empopada frente al mismo Club sin posibilidad de virar ni por avante por la existencia de aquellas grandes gabarras para la alimentación de carbón a los buques que venían a repostar, ni en redondo, dada la gran cantidad de lanchas y canoas fondeadas; y como iba navegando solo, tampoco podía arriar vela, así que me víea en los platillos del muelle, donde la farola. Pero el viento era tan fuerte que la presión sobre la vela partió el palo. El problema fue contárselo a mi padre, que era el propietario del balandro y que, por cierto, estaba con gripe en cama y debí cogerle desfondado pues apenas me dijo nada. Luego vinieron los "snipes", pero esa es otra historia.