MAJADAHONDA es hoy una ciudad residencial colindante con Madrid. Viví en ella algunos años, intensos, al final de mi vida profesional. Tras ello recibí un homenaje popular, promovido por su ayuntamiento, que no olvido. Antes de la Guerra Civil era un pueblo de secano. Punto de convergencia de reses ganaderas, transhumantes, de Aragón y de Castilla. Incluso una vez al año tiene la reserva-paso camino real, que atraviesa con los ganados la Puerta del Sol, de la capital de España. Un buen vecino, Tomás Descalzo, fallecido el pasado año, líder de esa transhumancia, ganadero, tiene una escultura en el "nuevo Majadahonda", y conservaba su ascendiente de Santa Eulalia (Teruel). Me dedicó una fotografía aérea del Majadahonda de la posguerra, destruido a raíz de la batalla de Brunete, como Villanueva del Pardillo.

La iglesia parroquial de Santa Catalina se reconstruyó totalmente (el pueblo "antiguo" me ha recordado el de Belchite), rehabilitado por "Regiones devastadas", casi unifamiliares. Con ventanales verdes. De aquellas casas ha surgido una nueva ciudad. Moderna y abierta a la luz y a los jardines. Con centros educativos estatales de primera división. Tras la transición, han vivido o viven destacados socialistas (Borrell, que fuera teniente de alcalde, Rubalcaba, Corcuera, Santamaría, Miró, etc.). Hoy tiene unas cuatro parroquias: San Manuel, Santo Tomas Moro, Santa María y Santa Genoveva. Esta última, hace años, sufrió un atentado terrorista fallido -acaso por un milagro de su titular, la citada santa, "ángel de la Caridad, fundadora de las Religiosas Angélicas-, con cóctel molotov, que se había colocado en los aparatos de refrigeración. La iglesia estaba llena. El sacerdote celebrante lo detectó al primer estallido. Los fieles pudieron salir.

Por la Navidad última, la iglesia parroquial de Santa Catalina sufrió un incendio en una de sus puertas laterales. En el coro situaron un bidón de gasolina. Los servicios de seguridad avisaron, y evitaron un incendio. Y ahora, recientemente, aún sin restaurar plenamente la puerta, a las seis y media de la tarde, poco antes de la eucaristía de las siete, estando abierta la iglesia, y dentro -en la sacristía- el párroco, entraron dos jóvenes. Y en poco más de dos minutos arrancaron el sagrario incrustrado en el altar mayor. Se lo llevaron con dos copones, con doscientas formas consagradas. Se ha buscado a los autores. Nadie se explica. Materialmente, de muy poco valor, porque era de latón dorado, que sustituyó al que había a raíz de la Guerra Civil. (Los legionarios rumanos que reconquistaron Majadahonda, desde la Ciudad Universitaria, y que tienen su monumento no llegaron a tiempo de salvar la iglesia).

Lo importante: se organizó un acto de desagravio. Multitudinario. Con unos 30 sacerdotes. Sin alharacas ni grandes anuncios. Todo el contenido fue una paraliturgia eucarística de primer orden. La Hostia en la custodia. El sagrario profanado, vacío. La lectura de la primera carta de San Pablo a los Corintios: "Cada vez que comáis de este pan y bebáis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva". El evangelio de San Juan: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive en mí y yo en él". Un texto preciso y precioso de Santo Tomás de Aquino, opus 576, fiesta del Corpus Christi, que fue inspirado en el Milagro de los Sagrados Corporales, convertidos en sangre, en Luchente (Valencia), el 23 de febrero de 1239, y que se custodia en Daroca (Zaragoza), y defendido por Santo Tomás de Aquino, ante el Papa Urbano IV: "El hijo, único de Dios, queriendo hacernos partícipe de su divinidad, tomó nuestra naturaleza…". Letanía de perdón… "por los sacrilegios eucarísticos, por las profanaciones y desprecios a la Iglesia y al Pontífice. Por los que han profanado en esta iglesia el sagrario (para) ayudarles a volverse a Ti". Finalmente, cánticos y alabanzas. Oración y meditación en silencio. (Se cortaba el silencio).

Reserva y bendición por el vicario. Salve a la Virgen. Brevísimas palabras del vicario de gratitud, de alabanza y de perdón a los profanadores. Reivindicación del amor a la eucaristía, y a los hermanos. Aplauso espontáneo. Ni las pantallas de televisión a lo largo de la iglesia pudieron contener las lágrimas de los fieles. Abrazos entre los sacerdotes y entre los asistentes. Resultó ser una comunión de corazones unidos en el desagravio. El hueco del sagrario profanado nos parecía relleno. Ya de noche, al coger el autobús, vimos a lo lejos alguna pareja de jóvenes. Uno de ellos llevaba un atuendo "americano". En la espalda, en negro, una expresión, en mayúsculas: "Si yo fuera Dios…". Le podíamos haber dicho: "Ese Dios te hubiera perdonado…". Mientras, la iglesia de Santa Catalina, de Majadahonda, irradiaba luz y paz. Hasta alegría.